domingo, 3 de noviembre de 2013

Reflejo

Lo miro, me mira; me devuelve mi mirada.
Le pregunto, me respondo.
Me someto a esa imagen, una mirada.
Me quiebra, me instigo.
Me conquista, me doblego.
Me busca o lo busco.
Me suscito a su inquisición.

Me enojo, me desquicio.
Un cristal que me mueve, me sigue, me regala.
Me convierte en reina y le devuelvo un castigo.
Me retuerce de sumisión, me asquea.
Me convida un ideal de belleza, le disparo lagrimas.

Me despierta por las mañanas y me obliga a sonreír.
Y por las noches le destruyo su impronta bondadosa.
Le miento un verso de gratitud y lo tapo frio, de miedos y eufemismos.

Me mira, me miro, a merced de mi caracter inmediato.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Esconder (te) (lo).

Siempre quedará un excedente, ese remanente impreciso que desgarra tu lógica mundana. Que desborda tu más sigiloso desvelo y lo transforma en incertidumbre.
Siempre quisiste ver más allá de tus sentidos, esbozaste un aluvión de templanzas superpuestas, atentaste contra el destino de tus ideas, y pretendiste una victoria descarada e injusta.
La vuelta terminó y te quedaste a la espera de desesperar, y en lugar de vender el desatino, solventaste un glaciar que contrarresta  mi desavenencia.
Subiste tus alegrías al altillo y te desarmaste en un empujón de sinfines condescendientes. Amaneciste con la idea de abolir tus pasiones, tus grises y tus vaivenes.
Hoy, como siempre, le diste rienda suelta a la falacia y pretendiste olvidar los momentos de paz. Elegiste embestirte en una rabia pagana antes que hundirte en una realidad más sentida.
Vas a ir tiritando a paso de prisionero, a voces que ensucian una soledad poco aplacable. Vas a ir con la culpa del desgano, de esas nubes irreverentes, que te obligan a sumirte en la transigencia de aceptar quien sos.

martes, 8 de octubre de 2013

Huir

Te quiebro, re rompo.
A vos y a tu suspicacia.
Cipayismo alterante,
un poco lastimoso.

A veces siento y nos siento,
otras tantas no.
aprender de ese telón,
a descubrir mi libertad.

No la tuya, no la hay.
Preso de tu reminiscencia.
Una opulenta inflexión,
descarrilada a tu favor.

Huir, de este viaje,
de los sentidos menos abstractos,
de aquellos suspiros.
Huir de vos.

imperio

¿Quién te mira así? ¿Quién te dijo que no se puede cambiar el miedo?
Reorganizá tu cielo, separando dos o tres piezas de tu pesar. Abriendo la mano al andar. sometiéndote a la desdicha de doblegar tus juicios. Dejando caer ese halo de furia, con un par de besos te voy a alivianar.
Desarmá tu imperio de princesa, derribá los muros de jazmines tristes. 
Dejame, abrime, date una oportunidad.
Despojá tus castigos irreverentes y saboreá el rayito de luz. Dame la mano y sobrevolá esa jaula azul noche.
Iluminate el alma.

furi (a) osa

Fueron tres o cuatro, o quizás veinte las veces de furia que quise ahogarla en el océano. Era como verla despojada de todo principio y sujeta a un final ergonómico.
Hubo días de desconsuelo inminente, de grises que cotizaban en la escala de Ritcher, de gritos en silencio.
También hubo momentos en los que no tuve el coraje de decirle basta, de agarrarla y tomarla del brazo derecho -con total indiscreción- y violentarme.
Las noches más perturbantes estuve a diez segundos de romperle el espejo, ese espejo demoníaco y suspicaz, -casi tan vanidoso como ella-.
Intenté callarla y prestarle mi calma, pero no hubo caso, tenía el alma congelada, dos glaciares como ojos y cataratas de lágrimas saladas.
He intentado lo imposible para callarla, días de sol, flores amarillas, olor a jazmín y una variedad extravagante de tes orientales. Nada apaciguaba su andar.
Hoy ya la veo desde lejos -desde muy lejos- con dos muros a cada lado de su cuerpo, por encima y por debajo de sus limites verticales; pero ya no la complazco, ya no quiero encerrarme en su capricho desquiciado. Hoy mi mejor presagio son dos manos en su pecho y unos cuantos versos de Rilke.

Cae

Un acto caótico, de un martes
de todos los martes,
repetitivo y constante
una sublevación infinita.

Un exquisito brebaje,
dos o tres, quizás mil.
Cambian los cosmos,
se apabullan sus cimientos.

Y cae
Siempre temeroso,
hoy un poco más hostil.
Un reniego impenetrable,
un veneno delirante.

Entre lunes cruzados
y miércoles desmedidos.
Subiendo de a poco el cursor
baja y cae.

martes, 1 de octubre de 2013

Transición

Sabíamos que por asuntos precedentes no íbamos a poder culminar la conversación. Me sugirió que recapacite entre dos y tres veces, pero yo no tenía intensión de cambiar mi punto de vista.
Nadie sabe cuántos suspiros hacen falta para poder olvidar.
Con los ojos en llamas cerré la puerta y me fui. Algunos menesteres pueden esperar, pero esta raíz se desprendía de la tierra, como asunto impunemente urgente.
Yo también quise arrancarle los ojos después de veinte mentiras, y sabía que hay algunos imposibles que no se curan jamás.
Le grité en silencio que su andar me provocaba furias lacrimógenas. También me acerqué a abrazarlo, porque eso aplacaba su dolor, y así, mi sentir, sangraba -quizás- un poco menos que antes.
En silencio perpetué algunos ideales, racionalicé los sobre vuelos locos que conviven en mi nebulosa, y acepté, en contra de todo mi parecer, que no siempre lo que soñamos se vuelve realidad.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Front and back

Por detrás violencia y por delante amor,
la conjunción perfecta,
entre el hilo conductor vital 
de cualquier ser vivo.

Por detrás humano, por delante animal,
carnívoros ambos, deseosos de conquistas,
conquistas Cesareanas, aún así,
ambos con diferentes fines.

Por detrás orgullo y por delante canibalismo,
una clara división del reflejo
de la mente en cuerpo,
de hombre y de animal.

Por detrás viralidad y por delante necesidad,
inmiscuirse en un velo pudoroso
de pasiones y desencantos,
de ambos oblicuos.

Por detrás soberbia y por delante devoción,
de la más cruel de la existencia
humana/inhumana.
De un estallido libidinoso.

Por detrás consciencia y por delante instinto,
dividir el cuerpo y el alma
dualidades vigorosas,
dualidades sumisas.

Por detrás humano, sobre humano.
Por delante un bicho sagaz.

Por detrás desconfianza
por delante puro amor.

Cuadro que olvidé de anotar el nombre.
                                            

sábado, 17 de agosto de 2013

Singularidad

La foto no se atribuía la propia imperfección de la subjetiva mirada de ellos, era una especie de entrada y salida, del más impúdico oxímoron. No se esclarecía el nítido por más sombras que intenten crear, pero lejos estaba de importar dicha nitidez, ellos ya habían llegado para soslayar el oblicuo de la perfección entre ambas imágenes. Lo cierto es que ninguno de ellos pudo jactarse de la realidad objetiva de esa afirmación, pero todos sabían que algo raro escondían aquellas miradas, ellos dos de la foto que supieron descubrir un mundo nuevo en cada interpretación.
Una historia en cada farola, un signo de revelación casi tan inhumana como la sintaxis. Esa historia deja entrever dos partes de una misma sensación; por un lado la mirada del final de juego, por el otro, el mismísimo comienzo de otra historia de tinte similar. 
Si la suma de los cuadrados de los catetos es igual a la hipotenusa al cuadrado y nadie supo discutirle eso a Pitágoras, tampoco podían discutir la conexión entre dichas fotos. 
El concepto radica en la individualización de conceptos -propios e impropios- de cada interpretador. ¿Cómo unificar esta singularidad? Es quizás más simple de lo que parece; la mera discusión de ideas permite una unión plural de cada uno de los conceptos singulares en cuestión.
Se sentaron horas y horas a discutir sobre la relación lineal que yacía en las imagenes. Uno afirmaba que era vitalmente imposible dado la diferencia temporal que existía entre ambas fotos; otro (un poco más existencialista) se apoyaba en los cimientos de la relación no lineal de tiempo-espacio, limitada por el conocimiento humano, pero el último aturdió a todos con su visión esotérica, afirmando que las almas eran las mismas, materializadas en distintos cuerpos y formas. 
La discusión giraba en torno a las miradas de los protagonistas de las fotos, y todos tenían sus razones para descreer la conexión generada por las dos fotos, pero ninguno sabía que las fotos no son más que el fiel reflejo de la mirada singular de cada uno de ellos.

jueves, 8 de agosto de 2013

Unión

A veces nunca alcanza, nunca será lo suficientemente adecuado para todos y cada uno de ellos.
Esa extraña virtud de acomodarse al tiempo para permanecer dentro del límite de lo normal, aquellos que se vuelven cada día más frívolos con sus argumentos de hacer lo que se puede y ser aquello que únicamente se puede ser. Vasta es la redacción de sus rezos para que yo pueda compenetrarme en acceder a caminar con ellos. 

¿Quién puedo ser yo si no sé quiénes son ellos? ¿Puedo realmente reconocerme en un otro? ¿Puedo acobardarme ante sus acciones? ¿Debo formar parte de la sumisión que exigen? No creo que todo esto sea posible, mas no por su loca idea de formar un esbozo único de un otro, sino por la mera sabiduría de saberme día a día más única e irreverente ante sus irrespetuosas puertas de querer controlar aquello que excede su responsabilidad. 

No me amedrenta la idea de volar fuera de su campo, no me enloquece tampoco. No creo que la solución sea extirparlos de mi mapa para poder seguir el rumbo de mis sensaciones. No creo en la violencia de separación, no creí nunca en la aceptación formal de un otro para recompensar la loca idea de jubilar sus pasos ante mi. Suponer el miedo como dos caras de una moneda es cada día más agotador, quizás, entendiendo que todo es un uno puedan entender mi proceder. No voy a decantar en un mundo de aceptaciones ni mucho menos voy a terminar accediendo a la división absoluta; yo pretendo la unión de la desesperación total, bosquejo un impreciso y turbulento conjunto de ambos planos. 

No pretendo que el carmín de su furia pueda amainarse, espero que se entienda, que no intenten la obligación, que tropiecen cuántas veces sea necesario para lograr, al menos, un conjunto, un conocimiento plural de ambos vuelos, de nuestros dos matices, de aquellas voces que con furia amarran el mejor tesoro, la propia convicción de un mundo pleno de familiaridad.

viernes, 26 de julio de 2013

A tus suburbios.

Hoy mis días se retuercen de joie
como vientos huracanados del ayer.
Dos caminos escogieron dubitativos
solo uno siempre impuso su saber.

Y mis silencios ya no temen tempestades,
ya se vuelven alocados en tus rimas
se animaron a mirarlos muy soberbios
a mis miedos que rompimos kamikazes.

A mi lado mis recuerdos configuro
que ni un día me permitan olvidar
esta lucha descubierta en mis entrañas
que con creces deberías perpetuar.

Ya no culpo tus miserias asesinas
pues entiendo que una idea te obligó
a llenarte el haber de varias vidas
que redimirte ni diez vidas alcanzó.

Que resuelvas tus misterios más oscuros
hoy tus días en silencio pasarás,
ni verás tu alma desde adentro
ni la verdad jamás encontrarás.




miércoles, 10 de julio de 2013

Simés

Caía el sol como cualquier atardecer de verano, y nosotros volvíamos de lugares a los que no habíamos decidido ir, pero el destino quiso que fuéramos igual. Nosotros, que habíamos sumergido el cuerpo en aguas más oscuras y desdichadas, nos atrevimos a pedir plegaria por dos o tres cuestiones banales que nos habían urgido el sueño, y nos habían urgido el sueño porque nunca fuimos buenos accionistas de la discreción.
Eran las ocho pasadas, hay quienes consideran que ya era de noche, yo puedo discrepar con ellos y discrepar con quienes creen que es de tarde, todo depende del contexto en el que se encuentren las ocho, y para mi, ese día y en ese lugar era de tarde. Habíamos estado toda la tarde frente a las aguas del mediterráneo regalándole sonrisas al día, sonrisas que hoy puedo asegurar que desperdiciamos en vano, y por mérito propio, claro que Borja había ayudado bastante a esos menesteres impropios de una dama como yo. Nos habíamos levantado temprano con la excusa de conocer lugares a los que por nuestra cuenta no íbamos a llegar jamás, por eso acudimos a Borja, quién aprovecha cada duda e intriga para llevarnos del otro lado del mar. Caminamos toda la mañana bajo el sol ibérico de Jaén, y ya nos parecía impúdico mecernos a los rayos más radiantes del mediodía, pero según Borja, era necesario ese idilio, así que por ello seguimos andando, a pie claro, porque ello era sinónimo de buen fundamentalista de la pesquisa. Pasadas las cuatro nos sentamos a descansar, y puedo asegurar a ciencia cierta que fue allí dónde comenzó nuestra odisea. 
La primera mitad de la hora se vio coronada por un éxito extravagante, dado que Borja nos obligó a cruzar nadando la isla de Simés y llegamos con la lengua afuera y ahogándonos de aire, pero llegamos. 
Borja nos comentó que la Isla de Simés no tiene una ubicación de coordenadas perfectas, pero llega quien abre sus campos y cree en lo utópico, y nosotros lo habíamos logrado. 
En la isla de Simés los monos no le temen a los humanos, y hay toda clase de flores marítimas que sólo quién conoce de botánica puede descubrirlas. Los árboles son bajos, creo que es por el clima, y no amenazan con irrumpir el andar de los humanos. Yo había encontrado un lugar perfecto para pasar las horas leyendo bajo el cielo de Simés, con su cálida arena blanca y aguas tranquilas; había estado en paz varios minutos. Marión, por el contrario, supo escabullirse en sueños profundos que la llevarían a sobresaltarse al final del día, quizás por su karma de bruja o quizás por el daño que se había forjado con el pasar del tiempo. Borja nos miraba atónito, como queriéndonos descubrir.
Fueron largas horas de plena paz, ya que yo no había querido engañarme con mis propios pensamientos, esta vez le había ganado al pensamiento, esta vez había logrado enriquecerme de aires puros y tranquilos, aires que en mi cotidianidad escasean a mansalva.
Como ya dije, la primera media hora había sido exitosa, el problema surgió minutos después cuando Marión despertó de ensueños sobresaltada por sus pesadillas diurnas, de las malas que lo sacan a uno de querer encontrar la profundidad del sueño nuevamente. Tuvimos que tranquilizarla con abrazos y consuelos de madre, quizás ella careció de dichos consuelos durante su niñez, y eso dio origen a esas pesadillas. 
El tiempo pasaba sin darnos cuenta, pero ¿Qué era el tiempo en ese lugar? ¿Quién soñaría jamás con ganarle al tiempo? Nosotros ese día pudimos. 
Luego de tranquilizar a Marión continué con mi lectura. Estaba atrapada por los descubrimientos de Chinaski en el 'Adiós, Muñeca' de Chandler y allí fue cuando comencé a pensarme más de la cuenta. Yo no tenía ocupaciones en ese momento, no tenía planes, no tenía tareas que cumplir y fue por ello que la vida me dio un sobresalto. Había decidido que, para dejar de pensarme oscura e imprudente tenía que salir a recorrer Simés. Agarré mis zapatos y comencé a caminar la isla. 
Estaba más tranquila, había andado metros por el bosque tarareando por dentro canciones de cuna, me había sentado en ramas húmedas y contemplando el cielo de Simés fue cuando todo comenzó a tornarse problemático.
Por el bosque vi venir dos pies que amenazaban con saltar sobre mi cuerpo cual cazador furioso pero intenté explicarle que solo estaba de visita y que no buscaba nada que la isla pudiera darme, me buscaba a mi, en mi más profunda idea, en mi más sigilosa sabiduría. Luego de varios minutos de interrogantes creyó mis palabras y comenzó a mirarme atónito de pies a cabeza. No sé cómo ni en qué momento conmoví sus sentimientos y me abrazó; en ese abrazo vi los cielos de mi vida interponerse unos con otros con una violencia jamás vista. 
Ese ser de pies frívolos me llevó más adentro de Simés, me dio a conocer a sus flores de propiedad privada y me regaló paisajes maravillosos. Bajo ese mismo cielo me amó como nunca nadie supo amarme jamás, o como a quién yo nunca supe nunca amar. Se enlazó en mis entrañas y me arrancó mis miedos más negros que había forjado con los miedos de la sociedad en la que estaba inmersa. 
Nunca me prometió nada, pero me dio más de lo que yo había entendido que se entrega.
Cayendo la tarde tuve que volver con los demás, y ahí entendí dónde radicaba el problema; había conocido el amor en un aspecto y forma que no debía conocerlo, y quizás no era mi tiempo, o tal vez nunca era tiempo de aquello.

domingo, 7 de julio de 2013

Distinto y oblicuo andar

Los martes de invierno solían ser mucho más fríos que los jueves y, como de costumbre, los martes salía más desabrigada, no por caprichosa ni mucho menos como excusa, ella simplemente olvidaba esta característica diferencial y propia de cada martes de invierno.
Incluso todos los lunes preparaba prendas más abrigadas, y por su temple de mujer, las cambiaba por algo más acorde a sus emociones.
El martes 25 escogió para ella unos zapatos rojos, con un taco mediano y punta redonda, lo acompañó con una pashmina azul y el resto no importaba, porque el resto nunca importa para ella si se tienen los zapatos adecuados y su cuello cubierto de cahsmere italiano. Abrió la puerta y salió.
Su cielo estaba cubierto de un blanco uniforme, denotando inmensidad, y presentaba vientos agresivos, vientos que solo trae el invierno de Junio, de esos vientos agresivos, cual histeria de nena de dieciséis  Ese cielo prometía un invierno frío, un invierno como en años no se había vivido, y ella lo sabía por sus mejillas coloradas - cual abuela con dolor de rodilla- y labios acompañados por un borravino único.
Tampoco era un invierno cualquiera, los agricultores esperaban una temporada escasa, que no iban a poder recuperar jamás, porque las temporadas siniestras se las lleva ese viento malvenido de invierno crudo.
Al salir a la calle recordó que era martes, pero ya era tarde, para ella siempre era tarde. Ni la paciencia, ni la templanza y aun menos la responsabilidad eran características que podrían describirla.
Fue un martes de calamitosas revelaciones; se avecinaban tardes crujientes de sabores un poco más amargos.
Iba caminando por los robles, dos calles atrás de su casa, hacia el norte. Siempre caminaba con la cabeza gacha, ella no sabía mirar al frente; lo había aprendido de su hermano, que bien sabía que escondía su mirada a los extraños por una desconfianza devastadora.  Ella no ocultaba sabores, ella no ocultaba nada, o por lo menos era lo que creía, pero había adoptado y aprendido esa forma de caminar, y quizás el tiempo pueda darle forma propia a su andar.
Ese martes; como todos los martes de junio, fue mirando hacia abajo, ella encontraba la seguridad en los pies de los demás, quizás en los zapatos, tampoco se sabe a ciencia cierta dónde radicaba su confianza. Fue andando calle abajo, y en su solemne acto fue dejando algunas huellas aún más atrás, que -neutralizadas por las huellas que iba descubriendo- generaban un tinte cotidiano. 
Pasó por los jardines municipales y atravesó todo el parque a un ritmo voraginoso. También iluminó los bares de la calle de lápices con su rubio tono siete y medio, pero no iba atendiendo lo que sucedía fuera de sus propios límites, no era consciente de las caras que la descubrían a ella, porque no se dejaba descubrir con facilidad; no sabía mirar a los ojos, por  eso no se abastecía de saberes menos calmos, pero para ella, eso estaba bien, siempre estuvo bien y los demás se molestaban, pero los demás no importaban, porque nunca importaron para ella. Si posaba su mirada en algún alma que se la devolviera, la movía, le quitaba el derecho al otro de poder llegar a ella.
Ese martes fue distinto desde el primer segundo, ese martes el hilo conductor de su mirada se cruzó con la de Simón, quién no reflejaba cualquier mirada, reflejaba esa mirada que por fin la liberó de su andar inseguro, de su andar temeroso y rufián de una dama iluminada.

jueves, 20 de junio de 2013

Centro de la tierra

Se miraron insurgentes, como queriéndose arrancar el alma con los huesos. Estallaban de locura, de esos placeres máximos que logran colocarlo a uno en un paraíso supersónico. 
Apagaron sus miradas y se dejaron abstraer por el color de la noche, y en ese instante no se dijeron nada más.
Transcurrieron minutos dionisíacos, porque el tiempo parecía quedar obsoleto de todo juicio. Ese plano ya no correspondía al círculo del orden de lo normal, ya no parecía haber normalidad. 
No había viento, estaban cubiertos de un eter denso que todo se lo llevaba con él, menos ese hilo conector.
Ya nada se movía, y nada tenía la forma que solía tener, ahora ellos sabían que solo quedaba la energía que los envolvía a ellos dos.
Se supieron conectar, más allá de todo temor, más allá de las creencias que cada uno traía en sus bolsillos. Pero el miedo, ese miedo violento y turbulento seguía allí; paradójicamente tenían que sentir, cosa que nunca habían logrado hacer por si mismos. Se creían omnipotentes mas no sabían sentirse, ni a ellos ni entre ellos, ni por ellos y menos para ellos, y allí solo se podía sentir.
Consiguieron dejarse atraer por el contexto que los contemplaba, y se permitieron saborear en energía. Tampoco tenían permitido creer o descreer, no estaban aptos en consciencia, no había forma que le gane al destino; ya no dependía de ellos.
Con los ojos cerrados y los prejuicios abstraídos por el siniestro en el que estaban envueltos, dieron rienda suelta a la libertad.
En un principio todo parecía estar calmo de miedos y sugestiones, pero poco a poco el tiempo parecía abducirlo todo.
Sus instintos se apagaron y sus placeres comenzaron a alborotarlos. Se introdujeron en un mar de encuentros, de ellos dos, de profundidades tempestuosas.
Se redujeron a cero sus excusas y no podían más que distenderse a ese encuentro - a criterio de ellos - tan feroz.
Para ella el encuentro le tenía preparado un deleite de su más profundo terror, de sus torturas nocturnas y de sus fantasmas más añejos. A diferencia de él, que todo lo que estaba a punto de dar comienzo era lo que había intentado conseguir en otras experiencias, en otros tiempos - a toda costa - y sin efecto.
El fuego por fin estaba allí, a punto de empezar, sus deseos al borde de hacerse presentes, y ese suspiro que los llevaría a conseguir ese punto de inflexión que tanto habían tratado de eludir con el tiempo y el esfuerzo de no intentarlo tiempo atrás.
No se sabe a ciencia cierta lo que pudieron saborear, pero a cada uno de ellos le había surgido una lacrimógena desdicha de no saber - por primera vez en sus putas vidas - como reaccionar.
El silencio fue apagándose e a poco, y el fuego desapareciendo de todo paisaje, y ellos dos seguían allí, solo ellos, solo sus sentires más profundos. Allí se descubrieron, por fin se conocieron.

miércoles, 12 de junio de 2013

Eternamente

Había tenido largas conversaciones con sus más íntimos enemigos que lo habían llevado a pensarse vil y cruel en su tiempo y forma que lo acompañaba; había perdido la calma cientos de veces por menesteres ajenos, por tiempos que no le pertenecían.
A veces somos raros, a veces estamos confundidos, y ciertas veces -con el más impune de nuestros pensamientos- nos sentimos abatidos por el miedo y la desdicha.
Fue aquél día que decidió no sacarse más disculpas de adentro, con carácter urgente desaliñó toda prisa que le ocupaba la mente, y sucumbió a liberarse de sus culpas. No dejó que el tiempo lo apabullara, no sintió culpa por su ignorancia. Al final de cuentas el sabía que todos íbamos a redimirnos en algún momento, que todos urgíamos por un perdón eterno que nos preste calma y serenidad.
Ese día se consagró libre, y cada vez más encadenado a su propia integridad.

miércoles, 5 de junio de 2013

Falsos profetas

Callaban a los gritos de esperanza
se jactaban de un crecimiento sustentable.
Amainaban la tormenta con miedos jerárquicos
y los obligaban a ser juzgados eternamente.

En un arrebato de encierro
supuraron las tertulias del pasado
reivindicado la union de pueblo
que ya desbastado imponía separación.

De sabrosos guerreros componían sus discursos
desafiando a toda historia escultural.
A sabiondas del conocimiento público,
a velocidades sangrientas.

Sus manias los dejaban en jaque
logrando un descubrimiento sideral
que disfrazaban de falsos proyectos
compuestos por presas ilusiones.

Ya con impune soberbia
iban desarraigando el patriotismo
que tan bastardeado dio batalla
a un difuso menester contractual.

Cumplir sus objetivos intentarán
a cuestas de derrumbar la perpetuidad
pero no lograrán callar esas voces
que surgen de las mentes abiertas.



domingo, 5 de mayo de 2013

Once en el once.

Tenía la sensación de estar viendo el desenlace de una película de Coppola, pero no, estaba en Buenos Aires.
Era lunes por la tarde, quizás de los lunes más nostálgicos y arrepentidos que haya vivido jamás; claro que no por mi estado ánimo, el día pedía a gritos un abrazo y un perdón liberador.
También era un lunes con aroma y gusto a viernes. ¿Qué día podía ponerlo a uno tan enajenado? Solo los viernes: pero esta vez era un lunes, un lunes de mayor, y también mayo, que temporalmente hablando no se encuentra ni al principio ni al final. Mayo tampoco está en el medio, está a punto de comenzar la mitad, y también así me sentía yo.
Estaba sentado en el bar de la esquina, en pleno Once, la calle Sarmiento me cobijaba aquél lunes.
De no haber sido por el gris del día, puedo decir que me sentía en los noventa, años que me vieron crecer. Les juro no miento.
No recuerdo ni el nombre del lugar ni cuánta gente había -claro por la situación que albergaba mis pensamientos- pero si recuerdo un televisor negro muy viejo y ocho mesas en el bar. Manteles blancos, combinados con un amarillo espantoso, y mesas de madera vieja. Puedo asegurar que el lugar no tenía más de cincuenta metros cuadrados, con una distribución triangular que exacerbaba mis manías.
No hacia ni calor ni frío, y claro era la mitad, como mayo. No sé si ya les dije, pero me aterra la sensación de saberme en el medio de cualquier objeto, razón o circunstancia.
Parece adrede, pero también puedo asegurarles que el semáforo de la calle Pasteur no funcionaba, y no era, para ese entonces, un dato menor.
Como ya dije antes, yo estaba en la ventana, tomando un café y el día no podía ser más Peronista.
Las mesas las ocupaba gente transitoria, no eran del barrio pero tampoco estaban allí por razones laborales. Lo que si recuerdo es que uno de los hombres logró captar mi atención por su extraño comportamiento. 
Aquél hombre de cabello gris, buzo azul y pantalones ajados entró raudamente al bar y se sentó en la mesa que estaba a mi izquierda. El camarero le preguntó si quería algo para beber.
Le pidió un café negro y el diario del día.
Al cabo de unos minutos estaba el café servido, pero las manos del camarero no contenían el periódico.
La situación que estaba a punto de comenzar iba a perturbarnos a todos. 
El hombre se levantó furioso, empujó al camarero y salió del local sin emitir sonido alguno.
Todos nos miramos desconcertados.
Pasaron treinta segundos aproximadamente, y recuerdo que llovía cada vez más fuerte.
El hombre volvió a ingresar al bar, tomó al camarero por los brazos y le rogó que le preste un diario.
El camarero preocupado lo condujo hacia adentro de la barra y todo volvió a silenciarse.
Nadie hablaba, nadie prestaba atención a sus actividades principales. Todos teníamos los ojos detrás de esa barra, de ese bar horrendo de la calle Sarmiento.
Esta vez el tiempo parecía estar jugando una carrera, y yo no podía retrasarme en mis quehaceres, así que dejé los once pesos sobre a mesa y me fui con mi abrigo y con la intriga de saber el motivo del ataque de nervios que tenía el señor de cabellos blancos.
Cuando estaba saliendo escucho que el camarero me grita:
- "Oiga hombre, se va a mojar, ¿Por qué no espera a que pare la lluvia?.
No quise prestarle atención, yo tenía que salir de allí.
No suelo usar paraguas, por lo que pasé de seco a tener litros de agua en mis bolsillos, pero ya conocía las consecuencias.
Hice dos cuadras -puedo jurar que fueron inmensas e interminables- en pleno Once, y gente entrando y saliendo de autos.
Llegué a destino tarde, y como era de saberse, ella ya no estaba allí.
Este lunes con sabor a viernes me dejó un resfrío y dos preguntas que no podré responderme jamás.
¿Qué atormentaba a ese señor de cabello blanco? y ¿Había ido ella con su valija para irse conmigo?                             

martes, 16 de abril de 2013

Asfixia


Son hileras que se mueven en el tiempo, 
dejando dos insignias penetrantes, 
dos insignias de impunes formas y estilos, 
dos insignias perpetuantes.

Las hileras que provocan menesteres imparciales, 
de giratorias imagenes que suben sigilosas por el viento, 
se arriman al ocaso, se sienten victoriosas.

Dos insignias lujuriosas de vanidades insolubles, 
de fervientes caracteres, lideres de un cielo intransitable.
Cielo que retrasa el andar,
que recurrente y luminoso se empeña en usurpar sangrientos desencuentros.


Con saberes que miran descarrilados, 
que sueñan con volverse intratables y turbulentos.
Se quedan quietos, se absorben y se agreden, 
no convidan tiempos alegres. 
Amenazan con nunca amainar, 
con revolver tiempos violentos y volverse sin gravedad. 
Se cruzan en un negro inminente, 
con furiosas actitudes de regocijo personal, 
no se ganan, se irritan sus pensamientos latentes 
y se terminan por gobernar.

domingo, 17 de marzo de 2013

Cronológicamente historias.

Hay personas que deleitan sus sentidos con historias de toda índole y tamaño; yo de chica buscaba historias en todas partes, será porque me gusta tanto leer.
Alguien una vez me dijo que el aprendizaje por el correcto y amplio lenguaje no provenía de la sintaxis, para tener un complejo abanico de palabras había que leer libros, cuentos, historias, noticias, y cuanto más diverso, mejor era.
Fui de esas personas privilegiadas cuyos padres tenían tiempo de contarle historias antes de dormir. Asimismo tenía cuatro abuelos inmigrantes italianos que disfrutaban de contar sus hazañas -y no siempre con finales felices- a sus nietos. No lo hacían con un español perfecto, lo hacían con su mejor español, que hasta el día de hoy, tiene varios errores de un tinte meramente amoroso.
Tuve el placer de escuchar historias del orden de lo cotidiano y leer novelas surreales, más no por ello pobres en vocabulario.
También de chica no siempre supe disfrutar las historias, tengo un carácter ansioso que se obstinaba con hacerme adivinar desenlaces e inventar las soluciones más descabelladas de las que mi mente podía desentrañar.
Con los años intenté hacer un poco más tangibles estas historias y por eso me inicié en la actuación, eran horas y horas de caracterización y creación plena. Horas en las que podía darle forma -quizás más real, quizás más subjetiva- a aquellas historias que fui escuchando y leyendo de chica. Fueron tantos años que me empalagué y tuve que buscarle otra salida.
Fui creciendo entre varios "sos muy chica para preguntar esas cosas" y otros "cuando seas grande lo vas a entender " un poco más soberbios,  y no conforme con ello empecé a mirar a las historias desde otro punto de vista. Ya para ese entonces las historias tenían un para qué delante y un por qué detrás, y lejos estaba ya de escucharlas, ahora las cosas tenían que tener una explicación.
Me pasé años tratando de analizar historias, buscando explicaciones a cosas que no siempre tenían una lógica del orden de lo habitual. Me fui volviendo un poco más loca cuando las historias tenían un tinte esotérico que no se relacionaba con explicación humana. Fui buscando excusas para no seguir volviéndome más loca, fui queriendo cerrar los ojos a cada cosa que me obligaba a ir más allá, fui cerrando esa cabeza que de chica había abierto con historias.
Empecé a escribir, empecé a plasmar todo eso que iba escuchando por ahí, todas las cosas no me cerraban, todas las artes que mis sentidos captaban, y de esta manera fui comprendiendo un poco más.
Hoy me encuentro con historias que no me cierran y con varias versiones un poco más subjetivas de cada una de ellas, y decidí volver atrás en el tiempo.
Supe darme cuenta que no importa cuál sea el objetivo, quién las cuente, quién se de por aludido con ellas y ni quien sea el autor de las mismas, es preferible ser esa niña que sigue descubriendo historias, por más locas o poco ocurrentes que sean, al fin de cuentas, son historias nada más.

lunes, 11 de marzo de 2013

La sociedad del olvido

A veces suelen ser banales las congruencias que genera la sociedad del olvido; más no por eso excluyentes de la soberbia que me atañe la simpleza de la contextualización de las mismas.
Formo parte de un extenso segmento que convive día a día entre la conveniencia y la idiosincracia de mirar el contorno en paralelo. Soy contemporanea -más no por ello integrante- del basto y holgado grupo que habita en dicha sociedad.
La sociedad del olvido, o más comúnmente conocida como el genocidio generacional del vivir por vivir, de olvidar por obligación y de destruir casi por religión. Genocidio porque, paradójicamente  nacen las costumbres de un "yo" más primordial, y mueren las acciones que retroalimentan el bienestar común.
Un séquito de seres que olvidó las ganas por la unicidad para convertirse en fundamentalistas del individualismo, quienes dejaron -en su recuerdo más efímero-, el entusiasmo del descubrimiento constante.
Hoy no miro desde afuera, por eso soy contemporanea, más no comparto este proceder, y casi con rabia  intento plasmar una vigilia que amenaza con destruirlo todo, a ellos, al mañana que intenta dar bocanadas intensas de aire para poder sobrevivir.
El vivir por vivir, el no fomentar un camino consciente del ser humano actual, el no fermentar metas cada vez más complicadas, el no ser avido por un conocimiento terrenal.
El olvidar por obligación, el no disfrutar el momento actual, el pensar día a día en el mañana y transformar el presente en un pasado surreal, el no aprender de la vida.
El destruir casi por obligación, casi porque los tiempos nos obligan a destruir y destruirnos cada día más, y a darle el jaque a esa ideología perversa.
Miro desde adentro y con apoyo, miro con aquellos que quieren que miremos juntos, y miramos porque sabemos que existen otros como nosotros.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Nuestro perdón eterno.

Nos dimos mucho más que lo que teníamos encadenado del otro, nos dimos la libertad de decirnos adiós.  Un adiós que maquillaba el hasta siempre, por eso se equivocó Joaquín esta vez, porque nunca fuimos fieles protagonistas de una despedida temerosa y fugaz. Ese adiós bipolar que nos condena en el último segundo del día, que nos maltrata y nos repudia con fervor. A ese adiós que no le podremos pedir perdón jamás, porque nos sabemos fieles profetas de un orgullo irrespetuoso.  Vos fuiste desenterrando viejos recuerdos, como quien sueña congelar ese instante de felicidad; tus recuerdos mentirosos de un 'vos' que nunca supiste ser y que tan herida te dejó la mirada que nunca pude evitar querer secar esa gota de aire denso.  Yo Seguiré buscando en otros besos cobardes, como los nuestros, como a los que estamos acostumbrados y como los únicos que conocemos, seguiré buscando la respuesta a tanta indulgencia desatinada. A mi 'yo' más perverso y oscuro que sólo vos conoces.  Es él quien merece nuestro perdón, quien merece que sepamos dar la vida por quien hoy nos mantiene vivos. El perdón de haberle faltado el respeto día y noche y de bastardearlo con promesas intransitables.  A nuestro perdón que nos permite jactarnos racionales, aún cuando no conocemos más que el camino que se recorre con sentimiento, a ese perdón efímero que surgirá cuantas veces sea necesario para consolarnos en noches como estas.

jueves, 17 de enero de 2013

Los dos: la unidad.

Más de diez veces te dije que no en mi soledad más amena, y contrariamente en la más amenazante, te suspiré veinte veces en un resplandor de sinérgicas paradojas, de voces y gritos internos que patean y urgen por salir.
Cincuenta días te soñé en un recuerdo irreal, en ese tiempo en que creí tenerte a mi lado con los ojos cerrados y pidiéndole perdón a tus silencios por no haber actuado en integridad. Esos cincuenta días que lloraste a boca abierta en saberte mercenario del dolor más descabellado.
Cien sonrisas me sacaste de improvisto, secándome las lágrimas de un dolor que nunca fue mío, de un dolor que me cargué en los hombros para no confrontar con verdades que me pertenecen.
Fueron noventa los parpadeos que argumentaste para seguir volando, noventa que nunca fueron suficientes.
En cuarenta historias te leí la voz, la mente, logré mirarte a los ojos y descabelladamente entendí esa lucha permanente, que sostuviste desde la primera vez que me compartiste tu verdad.
Escuchando sesenta vientos nos supimos amar, y tres más que amenazaron con quebrar el lazo. A nuestro sentir fueron ochenta las noches que nos vivimos como uno.
En treinta minutos me regalaste tus sueños, tus ideas, tus más oportunas ganas de trascender ese idilio.
Setenta caminos nos propusimos recorrer en estado de inconsciencia, con ese tinte verborrágico y repentino que suele colorearnos.
Dos eternos malabaristas de la sencillez; dos anticuados enemigos de la más soberbia amenaza de desearnos plenos.
Dos incongruentes zafiros en vigilia de la respuesta inmediata.
Los dos: la unidad.


miércoles, 16 de enero de 2013

Sin constancia

Iba vacío en su descomunal multitud que lo rodeaba. Siempre con su porte de 'gentleman' gris, de zapatos sin ambición, de trajes de cajón.
Caminaba por la ciudad con un andar triste, vislumbrándose por el más ínfimo detalle de las calles de Niza; allí creía que el vivir era tan pasajero como su personificación en ese instante, en tiempo y lugar (en diferentes formas, siempre). La ciudad no siempre le devolvía sorpresa, por lo general era una vil y cruel ilusionista de miradas manipuladas. Tenía grandes casas, con los más lujosos frentes que jamás haya sido capaz de percibir, estaba obnubilado por ello, se daba vuelta y hacia el norte, el más bello e inmenso mar lo cobijaba por las noches de soledad. La ciudad lo vio en los cuatro estados más impuros que fue capaz de vivir: alegría, complicidad, éxito y conmoción, pero nunca lo vio sentir amor.
Las calles no guardaban su pureza, su emoción, porque las calles eran tan intrascendentes como aquella personificación que decidió optar.
Era jueves y un julio con el calor más sofocante que había sentido en años, el verano no lo trataba de la mejor manera, el verano lo enajenaba y lo enloquecía cada vez mas. El tenía que firmar unos papeles en  el centro, cuestiones meramente contractuales, cuestiones que, debo decir, lo ocupaban diariamente.
Yo lo vi ese jueves, ese jueves que también representaba una furia absoluta, lo vi andando por la rambla, en uno de esos respiros banales de la vorágine semanal. Yo iba en bicicleta, el venía hablando por teléfono, nunca me vio y lo atropellé.
Se levantó enloquecido, furioso, loco, desquiciado, y tenía razón, quizás yo tampoco había sido consciente de su persona.
Las consecuencias fueron su traje sucio y roto a la altura de las rodillas, le pedí disculpas de todas las formas habidas y por haber que encontré en ese entonces, pero nunca quiso aceptarlas, y ahí, ya no tenía razón.
Se fue gritando, insultando, y alborotando mi ego. Nunca se figuró que había dejado caer un libro, aquel libro, que de pequeña le había regalado en su cumpleaños número dieciséis  el mismo libro que anticipaba, en aquel entonces, el amor que me tenía y nunca supo ver.

lunes, 14 de enero de 2013

Mi creo


Hoy creo más que ayer. 
Creo que creer en la vida es lo que me suscito a creer en mi. 
Creo en cosas inexplicables para una parte de mi, para una justa, una exacta, una razón con actas. 
Creo en las capacidades inminentes de un ser humano, en su alma, en su lucha y en su discurso condescendiente con su mirada. 
Creer en poder creerlo, en la suma de los instintos imantados por el amor propio, en las facultades primeras de lo celestial. 
Creo en aquel que cree en jactarse vencedor con el tablero en jacque, con un supremo no en turbulencia. 
Creo que creen que se pueden relucir los gustos inquebrantables de una sociedad sublevada a un bienestar común.
Creo que creemos en destinos dionisíacos, en soberbios finales, en dos besos de sillón.
Creo que creyó en lo que no deberían haberle hecho creer, por eso perdió la creencia y la fe, que podemos doblegarlo a que crea con nosotros.
Creo que si creemos juntos, el universo cree en nosotros. 
el problema es que soy fanática de las historias de amor.

domingo, 6 de enero de 2013

Asco


Me da asco, me desagrada, no lo entiendo y no formará nunca parte de mi cotidianidad.
Escudriñarse en un sendero de calamitosas sensaciones para hablar un rato con uno mismo.
No lo voy a entender nunca; Y más aún cuando se justifican victoriosos de que ese sea el único camino y me da más ganas de vomitar, de escupirles la cara, de decirles que viven en una mentira trascendental, que no saben, que no sienten, que no viven ni vivirán jamás a cuestas de una verborrágica y pusilánime soberbia de enredos y algarabías pagas.
Que lo unico que logran es acompañar la sigilosa hoja de ruta de quienes tienen por enemigos, de quienes repudian acto e idea y de quienes, lamentablemente no se podrán escapar más, por haberles cumplido el deseo, por haberlos querido engañar como quien pretende engañarse a uno mismo, y dicha trampa es siempre más victoriosa que su saber.
Y tampoco estarán nunca al tanto de haber caído en silencio, porque no tendrán la fuerza ni el valor de resurgir de dicha tempestad. 
Por eso siento asco, desagrado y lástima por ellos, porque día a día van quedando atrás.