miércoles, 16 de enero de 2013

Sin constancia

Iba vacío en su descomunal multitud que lo rodeaba. Siempre con su porte de 'gentleman' gris, de zapatos sin ambición, de trajes de cajón.
Caminaba por la ciudad con un andar triste, vislumbrándose por el más ínfimo detalle de las calles de Niza; allí creía que el vivir era tan pasajero como su personificación en ese instante, en tiempo y lugar (en diferentes formas, siempre). La ciudad no siempre le devolvía sorpresa, por lo general era una vil y cruel ilusionista de miradas manipuladas. Tenía grandes casas, con los más lujosos frentes que jamás haya sido capaz de percibir, estaba obnubilado por ello, se daba vuelta y hacia el norte, el más bello e inmenso mar lo cobijaba por las noches de soledad. La ciudad lo vio en los cuatro estados más impuros que fue capaz de vivir: alegría, complicidad, éxito y conmoción, pero nunca lo vio sentir amor.
Las calles no guardaban su pureza, su emoción, porque las calles eran tan intrascendentes como aquella personificación que decidió optar.
Era jueves y un julio con el calor más sofocante que había sentido en años, el verano no lo trataba de la mejor manera, el verano lo enajenaba y lo enloquecía cada vez mas. El tenía que firmar unos papeles en  el centro, cuestiones meramente contractuales, cuestiones que, debo decir, lo ocupaban diariamente.
Yo lo vi ese jueves, ese jueves que también representaba una furia absoluta, lo vi andando por la rambla, en uno de esos respiros banales de la vorágine semanal. Yo iba en bicicleta, el venía hablando por teléfono, nunca me vio y lo atropellé.
Se levantó enloquecido, furioso, loco, desquiciado, y tenía razón, quizás yo tampoco había sido consciente de su persona.
Las consecuencias fueron su traje sucio y roto a la altura de las rodillas, le pedí disculpas de todas las formas habidas y por haber que encontré en ese entonces, pero nunca quiso aceptarlas, y ahí, ya no tenía razón.
Se fue gritando, insultando, y alborotando mi ego. Nunca se figuró que había dejado caer un libro, aquel libro, que de pequeña le había regalado en su cumpleaños número dieciséis  el mismo libro que anticipaba, en aquel entonces, el amor que me tenía y nunca supo ver.

No hay comentarios:

Publicar un comentario