martes, 22 de diciembre de 2015

No me sirve pedirlo

Ya quisiera que mis logros te arranquen una alegría, pero el amor genuino no funciona así. ¿Cuántas noches he pasado con el augurio de que te contentes con mis conquistas? Ya no llevo la cuenta.
Me dije mil veces a mi misma que lo fortuito es producto del destino, y que, quizás, por mucho pedir que las cosas sucedan, no siempre la constancia se convierte en hacedora. Me hubiese gustado que me alcances una copa de vino en esas noches más malévolas, en las que ni vos pudiste darme la mano y yo permitirme agarrarla.

Es una lucha constante con las voces de mi cuerpo, con aquellas voces que nunca encuentran la calma, cuya simbiosis yace en la discordia del desencuentro.
Cada historia es distinta, y en la mía ya no caben los consuelos, los ‘todo va a estar bien’ mentirosos que recibí a costas de esconderme un poco de la verdad. De maquillarme lágrimas tardías, que al final de cuentas siempre salen a relucir su mejor pose. Aquella calma que necesité años a priori, para sentir ese vigor de seguir en camino, del no abandonar.

Reconozco mis dones en la escucha continua, en la fuerza y las ganas para permanecer firme al costado, cuando mis colegas necesitan un centro para poder patear al arco. Y ahí es cuando no me encuentro en mi deber de saber recibir, porque cientos de veces he perpetuado el valor que se necesita para poder pedir lo que uno requiere, y a costa de todo mi ego reducido a la mínima expresión, para poder ser coherente con aquello que en verdad buscaba.

Quisiera extirparme esa expresión de angustia, que me corroe y me alimenta la victimización continua, quisiera poder decirte tantas cosas que yo creo que van a calmar mi sed; y aún así, sabiendo que nunca voy a dejar salir esas palabras de mi boca, porque de nada sirven ya las palabras, titubeo al escribir. Cuando es lo único que me queda, la única frontera que conoce mi discurso, y lo único que subestimo para retroalimentar el proceso.

Quisiera no sentir lo que siento, como tantas veces leímos en las novelas de amor. No sirve deshacernos del dolor, ni mucho menos del amor, más estoy segura de conocerme lo suficiente como para saber que con ello solo no alcanza. A mi no me alcanza, que quizás pocas cosas me alcancen con el tiempo, con el pasar de los años, con el viento a mi favor.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Cibeles



Me habían contado que algo de vos me iba a enamorar; pero uno no se enamora de una sola cosa, o quizás sí. No son más de tres o cuatro cosas que nos enamoran de un otro. Y aunque existan otras veinte razones que me desenamoren al rato, siempre van a pesar más esas tres o cuatro. 
Me enamoró en verano, con un sol que convertía en lava el asfalto, y dejaba que Atocha sea el refugio de unos cuantos que se agobiaban al andar. Logró conquistarme de día, esos que comienzan bien temprano y se funden con el mañana en la promesa de no nunca acabar.
Calle a calle me desmoronaba de algarabía al saber que por fin estaba en territorio amigo. Me bastaron unas horas para comprender que lo hostil se encuentra del otro lado del océano.
Llegó la tarde en la que un vino de verano por fin nos daba respiro, en una de esas terrazas con vista privilegiada a todo Madrid. Y aunque las piernas no me dieran más de tanto andar, la gran vía me venció en la vuelta a casa. Una vuelta con marea de fondo, y un corazón de mimbre ostentando su colonia rebelde. El barullo me ha dejado rojitas las orejas de tanto devolverme al pasado en nostálgicas melodías. 
Yo era niña, y a mis quince ya se me habían enojado los vecinos por poner Extemoduro a todo volumen. Ni que hablar de las veces que me pasé de la parada del bus por emular las baterías de algún tema de Ska, de esos que te hacen aborrecer el capitalismo y sentirte un Guevara en plena batalla de Santa Clara.
Llegó la noche y Lavapiés me deslumbró con esas cañas que calmaban el oasis de sed que nos dejaban los cuarenta grados a la sombra. 
Me enamoré en el retiro, con tanta fuente de agua que colorea el verde perfecto de un jardín con paz. 
Y allí me encontró Cibeles, un poco ilusa y somnolienta, con una resaca que pagaba unos cubatas demás de la noche anterior. Como turista en el viejo continente iba de lado a lado, como levitando y contemplando al mismo tiempo un maravilloso atardecer. Todo olía a pasto, no había lugar del recorrido que me diera un respiro. Un click en la cámara y la sonrisa que me dejó Madrid con esas ganas de volverte a ver. Se perpetúa en la imagen que me recordará -cada tarde de verano- lo feliz que fui en aquella ciudad.

Volvería una vez más a Madrid para bajarme en Atocha y quedarme allí, o pasar al menos dos veranos con el calor a cuestas y los pies destartalados de tanto andar. 


miércoles, 11 de noviembre de 2015

Me rompí.

Me rompí. 
Llegué hasta acá con el afán de ser lo que quiero ser, como dice Nietzsche, como lo llevo en la piel, y aún así, me rompí. 
Me rompí por no respetarme, por no escuchar lo que mi cuerpo intentaba decirme. Me creí indestructible, todo por ser algo que yo quería ser, y me rompí. 
Me rompí suave, como quien le quita levemente el envoltorio a un regalo, y me rompí. 
Busqué por todos los puntos cardenales las causas de mi lucha. Frívolice cada uno de mis últimos pensamientos antes de dormirme, queriendo ser normal, igual, desapercibida, y me rompí. 
Me rompí buscando ser feliz. 

martes, 3 de noviembre de 2015

Carta a la madre de una amiga

El 3 de noviembre de 2015, 7:48, Ailu <@gmail.com> escribió:
Hola Eve,

Me desperté de este lado del meridiano con tu mail, a decir verdad me sorprendió, no lo que el mail dice, lo que me sorprendió es que me lo hayas enviado a mi. Soy amiga de tu hija y hemos compartido charlas de toda índole, educación, economía, políticas extranjeras, amor, familia, cultura, teatro, pasiones y hasta la desolación que tiene una joven de dieciocho años cuando sale del colegio secundario y no sabe si ponerse a estudiar o ir a vivir experiencias en otras culturas.

Y aplaudo y celebro que hayas querido compartirlo conmigo, que soy de otra generación, que tengo veinticinco años y creas que nosotros –desde la poca experiencia o años vividos- seamos capaces de pensar. Abrís un dialogo, compartís tus pensamientos y –mas que nada- tus emociones con los que querés, porque –a decir verdad- no sé muy bien por qué fui parte de ese grupo selecto con el cual decidiste compartir esa nota. Pero me alegra y generó algo en mí.

Me hizo pensar, me hizo revolver un poco las ideas, dentro de la maratón de comentarios a los que nuestra cabeza está expuesta día a día. Una crónica narrativa de violencia en redes sociales, en la televisión, en todos los medios. En la calle, Eve. Sin ir más lejos ayer mi madre me contó –un poco desolada- lo que vivió en la sala de espera de un sanatorio de capital federal. Con un poco de miedo en sus ojos me contaba que, una mujer de aproximadamente cincuenta años, lloraba desconsolada en los brazos de su marido porque se había peleado con un familiar cercano. Y mi mamá me decía, y me juraba que ella había escuchando que la pelea se había dado por política, y que la mujer no lograba comprender, cómo, su familiar y su sangre le había retirado la palabra porque no pensaba como ella. Porque no compartían la misma ideología, las mismas ganas o simplemente, el mismo discurso. Mamá me lo contaba un poco triste y con un deje de miedo, porque para ella, no existen peleas de esa índole dentro de la familia.

A decir verdad, me generó una dicotomía interna, me dieron ganas de expresar un poco lo que me pasa con toda esta tormenta de voces que captan mi atención desde hace unos días ya.
Estoy un poco enojada, quizás con el discurso del sí y el no. Hoy nadie escribe para que otros piensen, escriben con el afán de demostrar que su opinión es la mejor, y que hay que pensar como uno. Todos buscan transigir pensamientos, llegar más allá, para ‘pensar como uno’, y nadie propone enseñarnos a pensar. Esto de que el periodismo es subjetivo, no es novedad, pero me enoja escuchar chicos de quince años decir que el gobierno actual es dictatorial, o que Macri es comparable a Hitler. Son tiempos de leer muchas cosas que nadie escribe desde las entrañas, lo escriben desde el interés, y, en algunos casos, desde el bolsillo. Me parece terrible intentar llegar a las masas de una forma tan violenta como doblegar el pensamiento. Ojalá nos enseñaran a pensar.

Tengo veinticinco años, nací en los noventa. En el noventa, precisamente. No viví los gobiernos dictatoriales, no fui participe del regreso a la democracia, y esa celebración tan sana como poder elegir a nuestros propios gobernantes y, no fui testigo consiente del justicialismo. Soy parte de una familia de clase media, donde en los noventa ‘no tuvimos para comer’, así lo confiesa mi padre. Pero no lo vivencié de forma consiente. Soy una mera oyente de lo que me contaron. No viví el justicialismo en sí. Solo estaba transitando mis primeros años de infancia. No fui consiente de lo que significa la palabra política hasta el 20 de diciembre del 2001. Ese día aprendí la diferencia entre estado y gobierno. Tenía once años, prendí el televisor y vi como el presidente de turno se iba en helicóptero, abandonando el estado, y dejando varias almas y cuerpos heridos, gente que había perdido el rumbo porque le estaban mintiendo en la cara, porque ya no se sabía si, lo que habían podido ahorrar con años de trabajo, había pasado a pertenecer a entidades bancarias que debían pagar deudas. Viví en carne propia los saqueos, vi la desesperación de la gente que no tenía para comer. Esa gente que siempre tuvo para comer y de un día para el otro ya no tenía nada para darle a sus hijos.

Vi cómo pasaron una cantidad inexplicable de presidentes en menos de un mes, hasta que un día hubo elecciones. Y las cosas empezaban a estar un poco mejor, la gente tenía fe en este nuevo presidente que venía del sur del país para intentar volver a ser lo que algún día representó la República Argentina en el eje mundial.
Todo en democracia, porque no existe nada más importante que ello.

Cuando recibí tu mail, lo compartí con tu hija, y me había dicho que se lo habías enviado también, y que a su vez, ella lo había compartido con otra amiga nuestra. Me habló de la tristeza que sentía y que le daba ver todo lo que estaba pasando y comenzamos a darnos aliento una a la otra, porque somos dos personas con ideologías diferentes, o ideas de cambio diferentes, pero compartimos cierta preocupación por lo que sucede y sucederá los años que están por entrar. Le respondí sumida en tristeza y llanto que las dos pensábamos diferente pero que compartíamos lo más importante, el amor por el país. Le comenté también, que supimos –de formas diferentes- verlo desde afuera, extrañarlo y añorarlo. Yo le hablaba a ella como nativa de otra sociedad y adoptada por esta en la que vivimos actualmente, y le hablaba de mí como una experimentada en haber cruzado el charco y haber tenido la posibilidad de vivir un tiempo en el viejo continente.

Se habla mucho pero poco se sabe de lo que va a pasar. Algunos con un poco más de fe. Yo elijo creer que las cosas van a estar bien, como quien cree en algún dios que lo protege desde el más allá. Elijo quedarme acá y ser parte, no sólo como testigo, sino como protagonista de lo que pase desde el diez de diciembre en adelante. Yo –que soy de la corriente existencialista- y del pensamiento nihilista por los autores que elijo leer a diario, opto por creer que las cosas pueden estar mejor. La política no es un presidente, la política somos los cuarenta millones. Si no tenemos fe nosotros, no creo que la tenga ese que no llega a fin de mes. Y yo no hablo como militante de ningún partido. Yo creo en políticas, no creo en políticos. Yo creo que el país lo hacemos entre todos, con la celebración de poder elegir un presidente en democracia. Lo hacemos desde la educación, la cultura, las ganas, y el afán de ayudar. El pensar para y por todos y dejar ese egoísmo nefasto de lado.

Terminé alentando un poco a tu hija, mi amiga, que sólo me hablaba de lo triste que se sentía. Intentaba mermar su dolor compartiendo el sentimiento con ella y con otras amigas que tenemos que común que están sintiendo lo mismo en estos días azarosos.
Gracias por permitirme extirpar estas palabras de mi cuerpo, porque es la única forma de calmar cualquier enojo, tristeza o desilusión. A vos, que hiciste una vida de las palabras, gracias nuevamente.

Espero que estés viviendo una experiencia hermosa en el país oriental.
Muchos besos!    

jueves, 1 de octubre de 2015

No me pidas

No me pidas que no grite, porque sólo así puedo exteriorizar el enojo.
No me pidas que no maltrate, pues es la forma que conoce mi cuerpo de conectarse con mi alma. 
No me pidas que no me encierre, son días en que no quiero verme ni a mí misma. 
No me pidas que no me hiera, es el semáforo de mi cuerpo, donde me conecto con él. 
No me pidas que no te hiera a vos, es mi forma de quererte. 
No me pidas que no te exija, soy hija del rigor. 
No me pidas que vuelva a la sonrisa contagiosa, porque esa sí que nunca la perdí. 
No me pidas que me sincere, no se me dio bien cuando fui de hampona. 
No me pidas que me doblegue, no me van a vencer tan fácil. 
No me pidas transigir, siempre fui un ying yang de la vida.
No me pidas que no sufra, soy culpable de mis propios estigmas.
No me pidas que me quiera, vengo juntando marcas en el cuerpo por no saber sentirme.

viernes, 25 de septiembre de 2015

Huésped

No me pidas que me guarde el dolor en el bolsillo. No me parece propio de una persona como vos. Si no me guardo ese dolor es porque prefiero actuarlo, masticarlo y depurarlo a su debido momento. Porque me permito desplegar sus hilos y dejarlos en alza para que aireen sus heridas. Porque quizás es más fácil poder dejarlos ir cuando estén secos. No prefiero este dolor, me gustaría no retardar esas risas para que nos demos cuenta que anochece cada vez más tarde. Porque al dolor lo abraza la primavera, y se resfría como cualquiera de nosotros, y ahí, con las defensas bajas, es más fácil atacarlo de raíz. 
No me guardo este dolor porque si hay algo que me jacto de no ser, es hipócrita; porque lo acepto y lo invito a acompañarme cuánto tiempo le plazca, porque siendo más condescendientes, es probable que se vaya sin pedir nada a cambio. 
Desearía buscarle la causa, esa mujer que lo ha destrozado y lo ha obligado a emborracharse un martes de septiembre, pero, como a mí, nunca fue buen Sherlock de sí mismo. A los dos no se nos da bien con la pesquisa, no pudimos nunca no cerrar los ojos al estornudar. Porque tanto el dolor como yo, somos humanos. Porque a mí me duele humanizarlo y traerlo a tomar unas pintas con nosotras, pero quizás así logre buscarse otro huésped.
Dame tiempo para acompañarlo en su agonia, sin dejar que me agobie coyunturalmente. Poco a poco se me va a desprender del cuerpo, y allí solo cabran risas que se acoplen a las tuyas. Déjame llevarlo a cuestas, merece mi respeto por mostrarme a donde estoy parada. Ya encontrará otro norte con el afán de seguir educando rebeldes sin causa.

martes, 22 de septiembre de 2015

Nublado

Yo quiero ese abrazo inmenso, 
que me deja tirada en el piso.
No quiero ese secreto entre mis yo.
Quiero que me develes el alma en un son de adicción.
Quiero la transparencia.
Haceme sentir esa intensidad.
Yo quiero bailar en remera y bombacha, como desquiciada.
Quiero que los vecinos se contagien de mis danzas.
Quiero que el amor sólo nos encuentre en las risas,
y que la tristeza nos deje aprender de ella, juntos.
Quiero que nuestras coyunturas se encuentren,
y así poder unirnos en lo absoluto.
No quiero la normalidad,
quiero la anomalía de lo elocuente.
¿Y si nos refugiamos en nuestra arritmia corporal?
No dejemos el momento para pensar.
Quiero desarmar las apariencias,
y que me enseñes a llevarlas a cuestas.
No me importa el tiempo,
no lo contemplo como pilar.
Armame a caricias,
y dejamelas de recuerdo.
No quiero una primavera a menos diez grados.
No me busques en la perfección,
porque ya me enemisté con ello.
No quiero martes monocromáticos.
Quiero jueves singulares.
No me dejes llena,
vaciame la cabeza de ideas insensatas.
Ayudame a hacer sin vergüenza.
Yo quiero querer conmigo.

fiel a mi

A veces me resulta tan intenso el cielo, su inmensidad, que no puedo estremecerme en su figura.
No quiero que el deseo me soslaye, y terminar bajo el desarraigo de mi sentir.
Simular el quiebre negativo sólo nos da lágrimas que no logran secarme, que humedecen mi piel y la desnaturaliza a mansalva. Es como sentir lo inexplicable que transcurre en mi. Eso que me revolea, me deja sin idiosincracia y me derrumba al instante con el sabor más amargo que pueda degustar. Es llegar a tenerlo todo y que me lo quiten en seco, sin nada mas, ya no sabe como antes, ahora es la imagen de lo sin sabor.
A veces no se modular esa intensidad, y me conquista el ángel rojo.
La perversidad de querer y no querer ese deseo.
Frivolizar esa lucha, esa destrucción inminente, para volver a sentir y nuevamente, no sentir más.
Fi(e)nalmente no sentir un poco más.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Una salsa de preguntas

Estaba parada frente a la góndola del supermercado, la decisión -por más banal que fuera- era difícil. Tenía que elegir entre llevar una salsa lista o un puré de tomates, porque los tomates naturales y frescos, no eran una opción. 
Venía pensando en esta decisión hacía varios días ya, con enojo y con incertidumbre. No tenía que impresionar a nadie, pero por dentro sabía que la elección me iba a marcar en lo profundo del ser. 
Soy la mujer menor de toda una familia italiana, con lo que las tradiciones acarrean. Son familias un tanto arcaicas, donde el punto de partida es la eterna discusión del rol de la mujer. Soy la menor, y me describo como la oveja negra de la familia. Seguí todas las tradiciones familiares cuando la decisión era menester de mis padres, es por ello que fui bautizada y tomé la comunión, pero el iceberg comenzó a asomar cuando mi madre me desayunaba con conversaciones sobre la confirmación.
Domingos enteros intentando convencerme con que me confirme, que, a ciencia cierta, no sé muy bien de qué se trata, pero involucra horas eternas de lecturas religiosas y destinar mi tiempo a conversaciones con el representante de dios en la tierra. No, prefiero perder el tiempo averiguando los días de la semana en que la luna fue llena desde 1930 al día de la fecha.
- 'Sos la única de la familia que no se confirmó. Todos tus primos, tus tíos, los amigos de tus primos, y sos la única de la familia que no se confirmó.
- 'No te cuesta nada, lo hacés por mi, me hacés feliz a mi, hija, me siento la hereje de la familia'
Sí mamá, vos te sentís así, yo no. Pero mi madre no lo comprendía. Ha llegado a averiguar la manera de poder evitar cursos largos, ha ido a iglesias a fin de dejarme ingresar a un curso ya iniciado, ha hablado con cuanto ser religioso se le cruzaba en el camino, para que yo fuese la única de la familia que no estuviera confirmada. Porque el común denominador de todos sus argumentos finales era ese; a ella no le interesaba que yo me confirme por el mero acto de entregarme -una vez más- ante dios, el problema suscitaba en ella, yo era quién no estaba confirmada, pero era ella la hereje.
La confirmación sólo era el punto de partida de tantas tradiciones milenarias que conllevan a ser parte de una familia italiana. No era la más importante, por supuesto, pero era un inicio. Detrás de esta hilera de actos suicidas se encuentran las amistades, el conocimiento, la carrera profesional, y lo más importante, formar una familia. 
Recién entrados mis veinte, comenzaba a taparme los oídos en fiestas familiares, la pregunta clave, que era hecha por mi tía mayor, refería siempre al noviazgo, a ese ser que desde el día en qué ingresa a una familia italiana, es visto como macho semental, creador de un universo inquebrantable como es el de la familia. ¡Iugh! Vomito me generaba, pero siempre con una sonrisa esquiva lograba desviar el tema hacia mi carrera profesional. Porque para mi, siempre fue más importante que la tradición de familia. 
De todas maneras, nada de lo mencionado previamente era tan importante, alarmante y vital como saber cocinar. Nunca me interesó. He llamado por teléfono a amigas para preguntarle cuál era el punto de hervor de un arroz que nunca se pasa; pero, como las amigas son la familia que uno tiene la posibilidad de elegir, lejos de sorprenderse y mirarme con cara de Judas, se reían en mi cara, me hacían chistes y hasta me decían las cosas mal para poder reírse aún más de mis desaciertos culinarios.
Pecaría ante el papa si dijese que nunca me pesó el no saber cocinar. Es un tema recurrente en terapia, pero de ninguna manera es causal de suicidio; la tecnología obró a mi favor e inventó una aplicación para el teléfono que te trae hasta un lobo muerto a tu casa para que puedas ponerlo en la mesa.
La preocupación fue creciendo con el paso de los años. No saber cocinar era algo imperdonable para una integrante de una familia italiana, pero paradójico para mi madre, quien siempre se justificaba con la existencia de quehaceres más importantes que saber hacer un huevo frito, y estoy agradecida de haber sido criada de esa manera. Porque mamá fue una early-boomer, mamá vio el futuro. Mama sabía -entrados los ochenta- que no tenía por qué saber cómo deshojar un alcaucil, dado que la tecnología lo iba a hacer por ella. Visionaria como pocas, siempre prefería que lea un libro, porque ella acusaba saber que iba a ser lo suficientemente exitosa como para no tener que cocinar nunca en la vida. Es mamá, es mi vieja, no existe la objetividad cuando una madre habla de un hijo. De todas maneras, la preocupación estaba latente en mi cabeza, como quién sabe que dejó algo sin resolver, mi enigma o estigma, era saber cocinar.
La realidad es que fui superando algunas pruebas sin darle importancia al tema. De chica tenía que cocinar porque mi madre daba clases en casa, y en épocas de exámenes, terminaba muy entrada la noche, y tenía que resolver ese problema matemático de qué cocinarme, porque no había delivery que me salvara. 
Siempre veía a mi abuela preparar la mesa de los domingos. Era una obra de arte. No podía faltar absolutamente nada, tenía el control pleno de la situación; mientras manipulaba los tomates cubeteados, sacaba los bocconcinos del envoltorio con suma delicadeza, para que nadie notara que había comprado la mozzarella. La nona también tenía sus trucos. Era una mujer plena, cuyo objetivo en la vida fue satisfacer las necesidades de una gran familia. La nona era feliz viéndonos comer a todos juntos un domingo. Los domingos eran el cuerpo de Cristo, no podía faltar nadie en la mesa. Hubo épocas donde mis primos más grandes recibieron la mirada fría de la nona por haber llegado unos minutos tarde al almuerzo, porque para la nona, sentarse en la mesa era todo el respeto que exigía.
Sábados vespertinos y domingos madrugadores con la nona para verla desplegar su arte. Preparar la salsa, amasar los fideos, limpiar uno a uno los elementos de la pasta linda, para llegar al producto final: una mesa larga con sonrisas y panzas llenas. ¿Cómo alguien puede pretender que no sea una inquisición freudiana en mi vida? Por suerte no lo es, no me molesta, ni me estigmatiza, pero con el tiempo empiezo a darle importancia al no saber.
Nunca me tomaron examen, nunca tuve que preparar ninguna mesa de domingo, ni agasajar a los comensales con los productos elaborados por mis propias manos, hubiese sido un asesinato en masa. Pero había algo con lo que yo tenía que poder lucirme. Las pastas del domingo tenían que ser un plato de mi acotado menú. Poco a poco me di cuenta que no eran las pastas, el elemento inquisidor era la salsa. ¿Cómo hacer una buena salsa? Siendo nieta de italianos por los cuatro costados, era imposible no saber qué hacer con los tomates.
Desde chica experimenté varias formas de hacer la salsa, siempre con aquellos elementos o artilugios que me había enseñado la nona, intentando cubiletear la situación de la mejor manera. Me he ido de viaje con amigas, acusando una preparación exquisita, cuya historia culminó con nosotras cinco comiendo papas fritas en el rey de la papa frita en Villa Gesell. No contenta con mis varios intentos fallidos de salsas amargas y picantes, domingo a domingo fui probando diferentes recetas para poder lograr la mixtura perfecta entre la acidez del tomate y la dulzura del azúcar.

Este domingo no fue la excepción. Me encontraba frente a la góndola, había decidido comer pastas, como cualquier domingo. No había podido determinar si llevarme salsa congelada de la casa de mi madre o hacerla yo misma. El dilema se suscitó cuando la elección dependía de si comprar una salsa lista o hacerla yo misma. Salí del supermercado con la salsa lista en la bolsa. Me subí al auto, me prendí un cigarrillo y estuve los treinta y cinco kilómetros juzgando la decisión que había tomado. No lograba hacerme cargo de la consecuencia. Esta vez, era yo la que me juzgaba a mi misma por no poder ser esa mujer de ascendencia italiana que compraba una salsa pre-fabricada en el supermercado. Cuando llegué, dejé la salsa lista en la mesada y abrí la alacena, donde encontré una envase de puré de tomate. El mundo y las constelaciones se habían empecinado en hacerme saber que la decisión que había tomado, era la incorrecta. Después de un tiempo decidí cocinar la salsa, hacerla yo misma, pero me encontraba con el dilema de no saber cómo hacerla. Ahora, el problema recaía en la forma de cocinar el puré de tomate. ¿Cuántas pizcas de sal lleva? ¿Cuál es la cantidad perfecta de azúcar para poder cortar la acidez del tomate? Yo no podía entender cómo, algo tan simple como cocinar una salsa, podría traerme tantas preguntas. 

Me trajo más preguntas de las que podía responderme, me abrió el gran punto de inflexión, me obligó a desprenderme de los cimientos, me insultó el ego y me describió los cuatro años de terapia en treinta segundos. No podía comprender cómo algo tan banal como preparar una salsa, podía ayudarme a trascender mi historia. Pero de algo estoy segura, nunca nadie sabrá el grado de dulzura o amargura que tenía aquella salsa.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Decisiones

Decisiones inexactas,
Que te arriman contra la pared.
Decisiones que te ponen en jaque,
Y te dejan de pie. 

Asumirse en aceptación. 
Doblegarse a la superación. 
Son decisiones incorrectas
Que ameritan la sublevación. 

Hoy decidís para vos,
Donde te sabes incompetente. 
La prueba y el error,
De la consecuencia de la decisión. 

Crecer y yuxtaponerse al albedrío,
De reconocer a ciencia cierta,
Que a la vera de la sabiduría,
Está el camino y la transigencia. 

Dos segundos de dubitación,
Y el corazón late a mil por hora. 
El estado febril de incongruencia,
Que te deja tieso y sin complacencia. 

Son Decisiones superpuestas,
Que te ponen a prueba,
A vos, a mi y a nuestro sentir,
A hacerse cargo del acto de elegir. 

viernes, 28 de agosto de 2015

Reservorio de fuegos

Hoy me abstraigo y no te escucho,
como tantas otras veces no quise hacerlo.
Me defiendo de asperezas que me hieren,
me congelo en diáfanas ideas que emergen.

Me contengo para no erizarte,
porque los hielos de mi mente,
disfrazan un consuelo subversivo,
no puedo dispararte los colores que quisiera.

Hoy tus gritos ya no duelen,
porque son las espadas más usadas,
disparando a sangre fria,
la más triste melodía.

Ya no emergen esos miedos,
son los mismos que me vencieron
aquella noche, aquella primavera,
donde me declaraba insustancial.

Esa duda recurrente,
que derriba la insurgencia de mi ser,
donde la deja congelada,
con simplezas y devastada.

Ese fuego arde más,
con la complacencia de sentirse vencedor,
arrastrando la lucha emergente,
y la deja arrinconada de dolor.

miércoles, 26 de agosto de 2015

Una tarde en Vondelpark

Mires lo que mires, en el único lugar que vas a ver lo mismo, es para arriba.
En los laterales, los sentidos pueden variar en forma vertical, y lo mismo sucede en la parte de abajo, solo que en este caso, el cambio de sentido es multilateral.

El vertigo es introspectivo, como cuando se consume la llama de una vela.
El aire diversifica cada fracción temporal, y lo vuelve un poco más parte del pasado.

La necesidad se torna simbiótica a lo largo del tiempo, y fusionan en el espacio temporal.

El día se consume con la llama a fuego lento.
Se aclaran los ácaros y se divisionan celularmente en el aire.

Todo es amarillo, y con un blanco que lo recubre.

Es el color que sentimos, con los cinco pilares del cuerpo.

Todo se apaga, lentamente, porque el ojo se va cerrando.

martes, 21 de julio de 2015

Bonjour mon amour, bonjour París.



A París le tenes que pedir que te devuelva las imágenes de las películas, lo que lees en los libros y las melodías que oís sobre ella. Pedile a Juliette Binoche en Les amants du pont neuf, toda borracha y con su locura particular; a Marion Cotillar como Edith Piaf desplegando esa voz inmensa y sufriendo los desarraigos de una sociedad arcaica; a la Maga y a Olivera caminando por la Rue del Seine, la maga melancólica por Rocamandur y a ese Olivera soberbio y nihilista del amor. Pedile que te muestre ese Bar du Marche donde se sentaba a escribir Hemingway y donde los Fitzgerald discutían por los problemas de alcohol de Zelda y ese amor inquebrantable de Scott. Pedile que te cuente como París era una verdadera fiesta de genios artistas, donde sentaron las bases de ese boom europeo de arte descreído y de libertinaje por doquier. Pedile las melodías mas hermosas, esas que solamente te pueden trasladar a Montmartre en un solo de saxo. 
Si le pedís que te regale esa luz inmensa sobre el sena, y te das el lujo de recorrer en barco uno a uno los diversos puentes que unen la ciudad de este a oeste, no te vas a arrepentir. Pero por sobre todas las cosas pedile volver, porque ese fue mi deseo en esa lancha en octubre del 2011, y aquí estoy otra vez. Bonjour mon amour, bonjour Paris.

miércoles, 3 de junio de 2015

Bicicleta

Era todo oscuro, como cuando te meces en un estado que te obnubila hasta el último sentir. Respondía con un deje de mortalidad, esperando que todos entiendan que no podía más de lo que se veia. Como el humano es egoista, no dejaba de pedir, de preguntar y de obligar al resto a darme lo que necesitaba, aún cuando no sabían bien que era aquello, y aún cuando -aunque supiera lo que era- no podía expresarlo de manera convencional, ni de ninguna otra manera.
Cuando nos aturden los pensamientos, no podemos pretender que el resto adivine, que nos entreguen -a fe ciega- lo que no sabemos ni pedir con las palabras. No podemos instigar a los demás a que se escabullan en nuestra bola de humo negro, en ese rayo imantado que atrae irrespetuoso a las más profundas e inquisidoras peticiones.

Este sábado no era más que uno de esos momentos, en los que el mundo pareciera reducirse a un agujero negro de eter malicioso. Casi sin ser consciente de ello, volví a pedir lo que no tenía; volví a pedir paciencia. Y, como nada es casual ni ocurrente, una persona se ofreció a ayudar. Esta vez no me dieron lo que pedía, me dieron lo que necesitaba, que muchas veces suele ser el polo opuesto e inversamente proporcional a lo que el cuerpo vive como necesidad.
Me preguntaron como estaba y respondí a sabiendas de que, aunque diga "bien", iban a indagar en el tono de la respuesta. Me sumergí en el delirio de querer arrastrar conmigo mi respuesta, pero aquella persona ya es socio vitalicio en respetarme y entender que lo que pido, nunca es lo que realmente necesito.

Cuando me preguntó qué era lo que me pasaba, le respondí -atendiendo a mis exquisitas exageraciones- que buscaba una vida nueva, dado que con esta ya no podía seguir peleando. Me miró furioso, enajenado y con ganas de golpearme mil veces esos pensamientos contra una pared. Me había traído una bicicleta, porque yo así se lo había pedido, y sentí como toda su furia podía contenerse en esas dos ruedas y salir andando a mil kilometros por hora, porque así se manifiesta mi negación. Esa bicicleta tenía un candado, cuya llave tenia paradero desconocido desde hacía varios años atrás.

Luego de unas miradas satíricas y -casi- homicidas,  se me paró enfrente y me dio una de las lecciones más grandes que alguien puede darme en esta vida, y con la entidad que merece su experiencia, su trayectoria, y sobre todo, su forma de vida.
Me dijo que todo nace y crece desde la nada, porque crecer desde el medio no existe, ni tampoco es comparable en termino cuantitativos con absolutamente nada. Hacer desde cero, siempre es crecer, porque nunca se llega a menos de lo que era. Me dijo que él superó sus expectativas el día que llevó su ansiedad a cero y dejo de esperar para pasar a hacer. Por que, aún cuando hacés algo que no sirve, estás haciendo; aún cuando pensas en hacer algo, estás haciendo; y cuando te movés, hacés.

Horas después encontré la llave de ese candado que me habilitaba la bicicleta; la encontré por que hice, porque moví, e hice para andar, para recorrer, y yendo hacia adelante con esa bicicleta. 

martes, 2 de junio de 2015

#NiUnaMenos

No es por mi, ni por mi amiga, ni por mi prima. Es por todas.

Es por aquellas que se bajan la pollera cuando caminan por la calle, por las otras que cruzan de vereda cuando pasan por una obra en construcción. 
Es por las que huyen despavoridas cuando sienten que los tipos se las están comiendo con la mirada, se les están metiendo en el cuerpo con ese gesto impune que -al parecer- hace más macho al hombre. 

Es por las que se maquillan las lagrimas, las que esconden el miedo con el aislamiento, y también por las que aputan con misiles a los códigos culturales nefastos y retrógrados. 

Es por las ríen por las mañanas para que los chicos vayan felices al colegio, a sabiendas de esos llantos que les extirpan el alma cuando escuchan el maltrato. Porque el proyectil es multilateral, la herida golpea a aquellos hijos que sufren en soledad. Es por ellos también. 

Es por la que se embandera con la lucha, con el cambio y con el sueño de un futuro de igualdad. Es por esa que discute apasionada cuando la tildan de feminista, y lo llevan con orgullo y frente alta al andar. Porque marcha de igual a igual por una causa que le corre por el cuerpo y le hierve las venas cuando descubre que es un mal social y cultural. 

Es por esa madre que no sabe qué puerta tocar para sacar a su hija del idilio que sufre en su espacio personal. Esa madre que se avergüenza, esa que denuncia, y esa que intenta desnaturalizar que 'papa putea a mamá'. Es por esa que busca consuelo permanente.  

Es por esa que no se avergüenza frente al vendedor al pedirle preservativos, porque vive su sexualidad sin culpa, y se ama más que una simple mirada ajena que dispara juicios de valor. Porque ya no es menester del hombre, porque lo fue en siglo pasado, como en en algunas religiones nunca si quiera lo fue. Porque las cosas cambian y los tiempos acompañan, porque abrir la cabeza es crecer, y crecer es progresar, como persona, como cultura y como sociedad.

Es por la que disfruta caminar por la calle vestida como quiere, con faldas cortas, largas o calzas ajustadas. Y esa misma que tiene que soportar un grito vergonzoso; porque el problema no es el grito, el problema es el abuso de poder que se suscita de ese grito. Ese deseo de sumisión hasta el hartazgo, ese violento infierno de palabras. 

Es por la que tiene que soportar la descalificación continua e inhumana de aquella bestia que la juzga por haber nacido mujer. Ya no alcanza con la raza, religión o idea política; parece que ahora es una 'lucha' género. ¡Qué miseria!

Es por ellos que ayudan a mermar el dolor con las palabras, y por los que se ponen la causa al hombro y brindan asistencia continua a quien no sabe cómo frenar esa locura. 

Es por cada una de ellas y por cada una de nosotras, es por todas y para todos.  

#NiUnaMenos
Miércoles 3 de junio de 2015
Congreso de la Nación.



domingo, 31 de mayo de 2015

¿Dónde?

¿A dónde van los finales de películas que no vemos? 
¿Las oraciones de los párrafos que salteamos al leer? 
¿Las partes de las canciones que dejamos por la mitad?
¿Y aquellas palabras que no decimos por miedo a errar?
¿Dónde están esos silencios malversados que actuamos para no lagrimear? 
¿Y esos labios que modernos cuando queremos besar? 
¿Quién posee mis miradas que otorgan complicidad? 
¿Quién tiene aquel sueño que ya no tengo al despertar?
¿Dónde estarán esos minutos que perdemos por pelear? 
¿Dónde quedan esas risas que desestimamos por no mirar? 

lunes, 20 de abril de 2015

Una cuerda

Seguí mi instinto de dadivosa y perdí.
Me dolió y no frivolicé mi dolor.
Aquello que duele en el alma genera desconfianza,
por volver a querer y por volver a dar.

La entrega absoluta es un oxímoron -casi-despreciable.
Nadie entrega aquello que no tiene, nadie se desprende sin motivos.

Cuando se prende fuego una cuerda para volverla a unir, queda la marca.
Pretensiones de tornar la realidad en un punto y aparte.
La percepción de volver a creer es sólo una idea.
El idilio con el que se transcurre en esa percepción es aquella marca.

domingo, 15 de marzo de 2015

Te quiero ver

Te quiero ver caer, tropezar, quiero que te golpees muy fuerte hasta la última vertebra, hasta que sientas que no te puedas mover de dolor, como si una lanza estuviera cruzando tu cuerpo en diagonales infinitas, y no puedas ni respirar del dolor. Te quiero ver caer para verte levantar, para ver como convertís ese dolor en coraje y despegas aquello que quedó expuesto en el suelo en mil pedazos, tus mil pedazos, para juntarlos uno a uno y volver a ser vos in dolor.

Te quiero ver llorar cataratas de lagrimas en tus ojos, que no puedas ver, que tus ojos te ardan hasta ya no sentir dolor y no poder distinguir las corneas de tus ojos. Te quiero ver llorar por un amor que te dejó sin rumbo, que te dio mil vueltas en el aire y en vez de sujetarte con su cuerpo, te dejó caer más allá de lo que el suelo lo permite. Te quiero ver llorar por ese amor, por esa falta, por ese vacío que hoy parece perpetuo, porque sé que cuando te rías, tu risa va a explotar la tierra, como si el mundo fuese a crearse de nuevo, como si pudieras exonerarte del llanto para toda la vida.

Te quiero ver con bronca, con un enojo inexplicable, como si no creyeras nunca más en la existencia de justicia como pilar y base de la objetividad. Te quiero oír gritar y maldecir hasta tu propia madre, porque ya no crees en nada; que no te quede una sola cuerda vocal utilizable, porque de esa manera vas a poder enmudecer y recobrar las energías que necesitas para volver a cantar y enamorar con tu voz, y con esa armonía que recubre tu garganta cuando te explota el corazón de alegría.

Te quiero ver dormir un día entero, esperando que el mundo pase de largo y no te incluya en este viaje. Dormir para sentir que todo se termina ahí, que ya no te queda ni la fuerza para mover un dedo, para levantarte de la cama, para despegarte de ese agujero que te contiene y te retiene como imantado. Porque cuando te despiertes vas a brillar de energías, vas a volar en el éter como si fueses una mariposa que disfruta su estadía en este plano existencial.

Te quiero ver con desquicia, con locura, quiero ver como sentís que estás del otro lado del mundo, con esa incertidumbre de no saber si estás o no estás, con qué propósito, con qué meta, quién te trajo hasta acá y quién decide si dejarte o llevarte a otro lado. Con esa -casi- demencia que te exaspera, que te saca hasta la última gota racional que yace en tu cuerpo, la extirpa y te deja el no saber a riendas sueltas, porque cuando te conectes con el mundo nuevamente, vas a entender por qué necesitabas despegarte unos instantes de él.

Te quiero ver con miedo, con temor y terror, sufriendo con todas las celulas de tu cuerpo, sintiendo que ya no sentís nada y que ya no te queda signo vital por esconder debajo de la cama. Temblando de pánico porque ya tu cuerpo no sabe cómo reaccionar ante las adversidades, y deseando parar el sentir a cualquier precio. Cuando vuelvas en sí y el miedo se haya disipado por doquier, vas a sentirte con un coraje exquisito, con ese valor necesario que se necesita para conquistarte la integridad que los cuerpos necesitan para volver a casa.

Te quiero ver con ansias, con desespero y con la fuerza inmensurable que se necesita para volver a ver como te querés.

sábado, 14 de marzo de 2015

Science versus notionem

A todos nos ocurre la angustia temporal de la incertidumbre; cuando no se puede explicar esa puja que hay en el esófago por dejar al llanto emerger del centro del estomago. Cuando se pretende escupir con vehemencia ese sentimiento frívolo y benévolo para congeniarse con un egoísmo altruista despojándolo del cuerpo, y querer que así se convierta en parte de un no yo.
No existe la dualidad como forma fáctica, quizás post mortem, pero no contamos con la suerte de comprobarlo en tiempo y forma; y parte de la aceptación de esa unicidad es donde yace esta angustia.
Aquel que se aferra al hecho como corriente de pensamiento, y aquel que empuja la idea de lo esotérico - quienes se permiten pensar con todo el cuerpo y no sólo con las ideas - no caen en esta angustia devastadora.
La lucha parte de la puja entre estas dos corrientes, es el ying y el yang del existencialismo; pregonar la sabiduría como fuente de abastecimiento para el desemboque de la integridad, y borrar con el codo aquello, en las noches más racionales.
Suele ser el agua que pone en tela de juicio la moralidad y el desquicio de entender el cosmos como un camino hacia la eternidad; prefiero creer que la lluvia es la que se lleva con ella el triunfo del sentir por sobre la razón, y a priori es la que ablanda el pensamiento y lo deja más endeble a sufrir esa suerte de permeabilidad con la cual el sentir despliega su nirvana.
Pero finalmente todo se reduce al consumo del placebo como parte de una paz temporal, para conectar nuevamente con el hecho de creer que no es más que un loco pensamiento que aflora cuando la humedad roza la atmósfera y la prepara para abrirse al conocimiento.

martes, 24 de febrero de 2015

Sabés hace cuánto no escribo? Debe ser la misma cantidad proporcional de tiempo que la que me siento carente de libertad; y no por opulenta que resulte esta afirmación, deja de ser certera hasta en su más ínfimo detalle.
Libre no equivale a un 80% del tiempo diario que no se disfruta lo que se hace.
Libre no perpetua las ganas inmensas de estar en otro lugar haciendo otro tipo de cosas.
¿Sabés que significa ser libre?

Ser libre es despertarte a la mañana con una sonrisa gigante en la cara. 

domingo, 4 de enero de 2015

Limite

Un punto, una frenada, un stop.
Oscilar entre lo conocido y lo desconocido.
Ir y venir, ir y venir, ir.
Volver a ir, mandarse con todo a ir, chocarse contra una pared,
y volver a ir.

Abrir la puerta, correr descalza, desnudarse en público.
No mirar, no pensar, no titubear. IR
Volverse un viento, una furia, un destello,
todo para ir.

Golpear, enfurecer, disparar.
Mentir y desparramar,
hacer divagar la mente y destruir
en pos de ir.