miércoles, 3 de junio de 2015

Bicicleta

Era todo oscuro, como cuando te meces en un estado que te obnubila hasta el último sentir. Respondía con un deje de mortalidad, esperando que todos entiendan que no podía más de lo que se veia. Como el humano es egoista, no dejaba de pedir, de preguntar y de obligar al resto a darme lo que necesitaba, aún cuando no sabían bien que era aquello, y aún cuando -aunque supiera lo que era- no podía expresarlo de manera convencional, ni de ninguna otra manera.
Cuando nos aturden los pensamientos, no podemos pretender que el resto adivine, que nos entreguen -a fe ciega- lo que no sabemos ni pedir con las palabras. No podemos instigar a los demás a que se escabullan en nuestra bola de humo negro, en ese rayo imantado que atrae irrespetuoso a las más profundas e inquisidoras peticiones.

Este sábado no era más que uno de esos momentos, en los que el mundo pareciera reducirse a un agujero negro de eter malicioso. Casi sin ser consciente de ello, volví a pedir lo que no tenía; volví a pedir paciencia. Y, como nada es casual ni ocurrente, una persona se ofreció a ayudar. Esta vez no me dieron lo que pedía, me dieron lo que necesitaba, que muchas veces suele ser el polo opuesto e inversamente proporcional a lo que el cuerpo vive como necesidad.
Me preguntaron como estaba y respondí a sabiendas de que, aunque diga "bien", iban a indagar en el tono de la respuesta. Me sumergí en el delirio de querer arrastrar conmigo mi respuesta, pero aquella persona ya es socio vitalicio en respetarme y entender que lo que pido, nunca es lo que realmente necesito.

Cuando me preguntó qué era lo que me pasaba, le respondí -atendiendo a mis exquisitas exageraciones- que buscaba una vida nueva, dado que con esta ya no podía seguir peleando. Me miró furioso, enajenado y con ganas de golpearme mil veces esos pensamientos contra una pared. Me había traído una bicicleta, porque yo así se lo había pedido, y sentí como toda su furia podía contenerse en esas dos ruedas y salir andando a mil kilometros por hora, porque así se manifiesta mi negación. Esa bicicleta tenía un candado, cuya llave tenia paradero desconocido desde hacía varios años atrás.

Luego de unas miradas satíricas y -casi- homicidas,  se me paró enfrente y me dio una de las lecciones más grandes que alguien puede darme en esta vida, y con la entidad que merece su experiencia, su trayectoria, y sobre todo, su forma de vida.
Me dijo que todo nace y crece desde la nada, porque crecer desde el medio no existe, ni tampoco es comparable en termino cuantitativos con absolutamente nada. Hacer desde cero, siempre es crecer, porque nunca se llega a menos de lo que era. Me dijo que él superó sus expectativas el día que llevó su ansiedad a cero y dejo de esperar para pasar a hacer. Por que, aún cuando hacés algo que no sirve, estás haciendo; aún cuando pensas en hacer algo, estás haciendo; y cuando te movés, hacés.

Horas después encontré la llave de ese candado que me habilitaba la bicicleta; la encontré por que hice, porque moví, e hice para andar, para recorrer, y yendo hacia adelante con esa bicicleta. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario