domingo, 30 de noviembre de 2014

no puedo

No puedo prometerte un cambio apresurado,
no puedo ni mirarte con mis ojos en este estado.
No puedo liberarme de esta voz que me atormenta,
no puedo revelarte mis miedos en tu ausencia.

No puedo dividir realidad de ficción,
no puedo acordarme de tus besos en mi sillón.
No puedo doblegar esta violencia que me afecta,
no puedo tomar tus abrazos como una acción correcta.

No puedo imaginar una brisa reparadora,
no puedo despejar esta tertulia aterradora.
No puedo capturar una imagen no distorsionada,
no puedo conocer con desespero tu mirada.

No puedo dejar de no poder con esta ciencia,
no puedo cambiar de este estado mi conciencia.
No puedo porque necesito transitar esta indulgencia,
no puedo porque mata noche a noche mi paciencia.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Evolución

La lluvia en tu oreja,
la tinta china esparcida,
el sonido del viento
y una brisa que se acerca.

No dudes la certeza
es lo único que te queda,
cuando todo está dado vuelta
y esa mirada sólo vuela.

Abrí los sentidos
rociate con ganas de porvenir
el silencio es más sabio
cuando es de a dos.

Desprendete ese miedo
estacioná la soberbia
maquillate la mentira
burlando al tiempo en estampida.


martes, 11 de noviembre de 2014

No corras más rápido de lo que te dan las piernas

Alguien una vez me dijo que todo llega en el momento en el que tiene que llegar, que las cosas no son casuales, y que no todo entra en el mundo de la lógica, no todo debe explicarse porque no todo puede explicarse.

A los quince años vivís en la dicotomía de odiarte y odiar el mundo, porque todo adolece, y de amar la vida porque te vas descubriendo, vas explorando y podés empezar a sentir que hay cosas que te gustan, y otras tantas que preferirías dejar de lado; a los quince –más o menos – las decisiones te encuentran a vos. Donde al principio puede tener que ver con qué música elegir, o qué hacer durante el tiempo libre que tenemos. Nos encandilan las fronteras y buscamos movernos sin ataduras, sin ser conscientes de la cantidad de límites que tenemos cuando –paradójicamente- empezamos a ser más libres.

Hoy el tiempo nos encuentra encarcelados en libertad; hoy creemos ser dueños de la mayoría de las decisiones que tomamos, y a veces terminamos siendo esclavos del mismo tiempo.
Sentis que las horas empiezan a correr con otra impronta, que aunque amanezca más temprano y el sol se ponga más allá de las ocho, no existe relación alguna entre los segundos que pasan y la cantidad de cosas que tenés ganas de hacer. Sabés que tenés ganas de construir universos hasta donde el mundo no te lo permita hacer, y no lo hacés porque parás para pensar si podés o no podés hacerlo. Ese es el límite que en verdad hay que cruzar.

No sabés si querés estar acá o allá, aunque el allá tampoco lo tengas muy en claro. No sabés si ponerte una camisa o salir en ojotas a sentir la arena caliente en los pies. No podés distinguir qué personaje querés ser. Estás entre el Chinaski de Factotum y la Maga de Rayuela, pero te sentís más identificado con Holden Caulfield de Salinger en The Catcher in the Rye. Todo por la incertidumbre.

No sabés si creer en los parámetros mundanos que te llevan a estudiar y trabajar para luego mantener una familia, o ahogarte en un guevarismo posmodernista con el que de verdad sientas que podés cambiar el mundo. Esa famosa Utopía que plantea Tomás Moro, que te identifica a los dieciocho, con la que creés sentar las bases del resto de tu vida, y ves como se desmoronan porque no encontrás la posibilidad de crecer, e ir a por ello. 

Te buscaste en mil ideas que se cruzan y forman la guerra del golfo en tu cabeza. Hay una canción por día que te lleva a confiar en vos, y otras diez que te dicen que no es por ahí. Y sin embargo siempre pesa más la que te está tirando la posta. Ese tema que está diciendo lo que pensas, lo que querés hacer, con lo que te identificás. Te vas a dormir y todo desemboca en los otros diez, porque perdés la confianza.

¿Cuántas veces por día gritas que te vas a ir a la mierda? No, dejá, no las cuentes, no hay numero que de verdad represente lo que sentís. Esa vehemencia con la que comprarías un pasaje sin vuelta, aunque no seas capaz de distinguir a dónde te pueda llevar eso.
Ves como el tiempo corre más rápido que vos, y vos ahí sentado, pensando que el tiempo en verdad te está ganando la maratón.

Ese “todo llega”  mentiroso con el que intentan consolarte más allá de las tertulias que te ahogan los sueños, y te dejan encallado en alta mar sin saber para dónde virar. Y vas entendiendo que todos están en la misma que vos, porque a todos nos infecta el bicho de la incertidumbre, el saber que no sabés, y el estar donde no sabés si querés estar.


La realidad es que sí, están todos en la misma, y por más que intentes encontrarle la vuelta, y tratar de entender el por qué de lo que hacés cotidianamente, la respuesta nunca está en la lógica. La respuesta está en el hacer, en el construir, descubrir y explorar, y no correr más rápido de lo que te dan las piernas.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Lo que me gusta de vos.

Y sospecho -porque aun no tengo el valor de aceptar lo irrefutable- que lo que mas me gusta de vos no radica en vos. Lo que mas me gusta de vos es mirarte y saberte tímido, tocarte y olerte, y saborear tu olor, extasiar con tu olor, suplicarte a mansalva que me esperes dadivoso. 

Lo que me gusta -un poco mas de vos- es tu nariz fría en la cama, cuando nos acostamos y te está por dominar el sueño, cuando te entregas por completo a la naturalidad de vivir, y me rozas la cara con tu nariz fría, y en ese frío yo siento tu calor, yo me vuelvo febril ante esa sensación y me doblego a merced de ese frío inocuo. 

Lo que me gusta de vos es la mirada con la que me buscas cómplice en tus chistes; porque cuando haces reír, solamente buscas que me ría yo, y que en ese reír nos encontremos solos, que no exista nada más que la conexión de nuestra risa, que entorpece nuestra soberbia y nos deja al descubierto de nuestro opulento deseo. Me gusta cuando jugas a que me ría, cuando buscas la felicidad en una risa de a dos. 

Lo que me gusta de vos es cuando entorpecemos nuestra lógica y nos mecemos en enojos no perecederos, porque nos gustamos, y es menester cambiar el rumbo cotidiano de la intensidad que nos cubre, para no aburrirnos, para no distraernos de nosotros, para sabernos jubilosos y despertar las fieras que llevamos dentro; porque con enojarnos logramos amarnos cada día mas, reconfirmamos la necesidad, y queda expuesta la simbiosis con la que cargamos diariamente. 
Me gusta tu soberbia cuando intentas apaciguar la mía, me gusta que me expongas ante mis propios limites, y me  hagas entender que exagero porque eso es lo que conozco, porque soy cómoda hasta en mis llantos, y con ellos no pospongo el idilio de ser feliz eternamente.

Me gustó el día en que te conocí porque me puse en jaque con mi libertad, extenuaste tus risas ingenuas, yuxtaponiendote a la puerta que te quise cerrar. 
Me gusta el día a día porque es meramente desconocido, porque no me acostumbro a las costumbres de la rutina, y porque sos el primero que inventa realidades ajenas como parte de un plan b. 

Me gusta encontrarte las heridas, y descubrirnos poco a poco la melodía de sanarnos.
Me gusta que te gusten mis lunares desubicados, mi cara en perfecto desorden y la frescura de mis ojos sin maquillar. 

Me gusta verte. Me encanta verte. 
Me gusta que me mires a los ojos, me gusta el terror que eso me suscita. Me siento la protagonista de la película más aterradora con el solo hecho de exponerme a tu mirada. 
Me gusta que te gusta que te mire con mis ojos despavilados. Me gustan las mañanas con vos, porque te escucho los sueños, los arropo y me los guardo para volverlos prioridades en tus cumpleaños más cercanos. 

Me gusta escribirte el cuerpo con la tinta de mis dedos, y hacerte un monumento en la espalda de besos irreverentes. 
Me gusta que tu sentir domine a mi lógica, y la acaricie lastimosa. 
Me gusta que no entiendas mis celos, me gusta que los cuestiones y que luego te enamores aún más de sus consecuencias propias de una loca como yo. 
Me gusta escuchar tu risa en una lucha cesareana con mi razón. Me gusta que
siempre ganes vos. 

Me gusta cuando moldeas mis miedos para darle batalla a mis inseguridades, me gusta cuando los penetras con los pormenores de la simpleza y me enseñas que todo es permeable a la felicidad.

Me gusta que me gustes, pero lo que mas me gusta de vos es el egoísmo que me provoca la felicidad de que me gustes.

martes, 14 de octubre de 2014

Tal vez un ojalá

Quisiera decirte tantas cosas, aunque más quisiera sentirlas yo primero.
Entenderme yo, de eso se trata. No tengo una claridad transparente y exacta, porque eso es menester propio de la mujer que aprendí a ser.
Parame, mirame y frename.
Yo vivo a contramano de la calma, yo corro más rápido de lo que mis piernas me dejan; y todo para no sentir, no sentirnos, no vivirnos, no ser.
Hay quienes se infiltran felicidad artificial para abstraerse de su yo más verosímil. Otros se encierran tan profundo que jamás vuelven a emitir sonido.
He visto de los que infectan el virus de la mentira para poder vivir en una furia permanente, y así querer salir ilesos de las sensaciones.
Vi morir a los que pregonan la artimaña del despojo eterno, de la contrariedad del vivir, del suicidio sensorial.
Ojalá que esa idea se arrime al desagüe, ojalá pudiera hacerte saber que las raíces con las que forjé mi imagen son tertulias en mis noches menos amables.
Quizás entiendas, con un poco menos de pudor que yo, que no siempre nos decimos lo que sentimos; que la comunicación fue, es y será nuestro idilio.
Alguna vez te dije que somos victoriosos cuando sentimos lo que vemos, y creeme que fui lo más sincera que pude.
Sé que vos sos un poco más humano, porque entendés que no podemos complacernos en idea, porque bajás en un instante infinito y perpetuas esa imagen.
No, no sé qué es la felicidad, pero se asemeja a eso que dijiste y tampoco podemos inmortalizarlas, porque somos de este plano, somos de acá y que aunque vivamos en desmedro de la nostalgia, nunca dejaremos de ser lo ambiciosos que somos.

Nunca pudimos ser más que dos, porque no aprendimos a ser uno, ni si quiera en nuestro plural más cotidiano.

Absoluto

Me plantearon un absoluto; me plantearon una falacia.
No hay oxímoron más exasperante que la descripción del absoluto.
Fue una noche de desquicios mundanos, nos desgarrábamos por entender –o tratar de entender- la voracidad en el tono de voz de los soberbios.
Escuchábamos atónitos y con los ojos abiertos, porque a veces se escucha con los ojos, porque ver el lenguaje no verbal  es aún más importante que oír con ferocidad.
Oíamos y veíamos como se desdentaban y se quitaban las entrañas en las batallas de argumentos más lumpenes que hayamos sido capaces de atestiguar.
Se inmolaban a las mentiras más absurdas, se carcomían los pellejos a fin de desarmarse de razones; fuimos testigos, a pesar de nuestras ganas de quitarnos los ojos con una picana.
Era un desfile de carroña inmoral.
Pretendían canalizar sus complejos de bárbaros en un sinfín de atrocidades potenciadas.
Uno me afirmó – porque el don de la interrogación parece no existir en su vocablo- que el absoluto es el punto máximo de la materia; donde se juntan ambos lados de las rectas, y culmina la inflexión. Donde no existe más nada, luego un abismo, después la nada, y así…
Vaya mentira a las que tuvimos que someter a nuestros oídos.
Atiné a decir que los absolutos no existen, dado que están meramente enlazados a la subjetividad humana. No existe el todo, porque la nada, nada es; y si por si acaso alguno hubiese querido objetarme que son ambas caras de una misma moneda, me tomé el atrevimiento de argumentarlo con ejemplos, harto de tanto discurso sofista que merodea hoy día.
Las relaciones personales –amorosas- entre dos seres humanos, se sustraen a la suma de infinitos momentos sesgados por un tiempo y espacio que los recubre.
Hay comunes denominadores entre cada singular relación, a la que podemos nombrar como “estadío de felicidad”, donde ambos seres desconocen el total o parcial comportamiento de otro.
Hay un transcurso de conocimiento perceptivo en el que ambos se ven encantados hasta de sus miserias; y es aquí donde hago una pausa, porque osaron decirme que allí reposaba el “absoluto del amor”.
Luego de ese encantamiento voraz y animal, los dos seres en cuestión comienzan a desprendeserse de ese absoluto, para construir otros tantos de miles de absolutos que conllevan a un “estadío del continuo” donde se eligen día a día para seguir siendo adversos el uno del otro, a contramano de toda teoría filosófica, a destiempo de las palabras y las descripciones coyunturales que se les pueda adjudicar.

Yo sé que no soy un absoluto porque interrogo cada uno de mis pensamientos, y yo aquí donde la soberbia no me toma por sorpresa ¿Acaso será eso un dogma absoluto?

viernes, 26 de septiembre de 2014

proceso

Ir y venir,
soltar, reír, ser,
cambiar, mover, transformar,
modeloar, doblegar, llorar.
Volver.

Andar, querer, mitigar
buscar, sentir, aceptar,
caer, andar, correr,
extrapolar, contestar, hinchar.
Parar.

Entender, mirar, parar
pensar, despojar, llorar,
solventar, extraer, repartir,
atraer, absorver, guardar.
Aprender.

Actuar, llevar, contar,
correr, hacer, trabajar,
seguir, amar, solidificar,
apropiar, exponer, comunicar.
Integrar.

domingo, 7 de septiembre de 2014

sábado, 30 de agosto de 2014

Tito se sentó en el tercer escalón, se arremangó el saco y se encendió un pucho, ese cigarrillo liberador de tensiones, el primero después de coger, el segundo -porque el primero no sacía- después cenar, y el último de la noche, ese que siempre, pero siempre está demás, y que a veces, te baja la raya; se limpió las manos y se tumbó entre el cuarto y el quinto escalón.
- Yo te grité, boludo, te dije que se te había ido la mano - le dije a Tito mirando desde abajo de la escalera-. ¿No ves que sos un pelotudo?
- ¿Qué mierda querías que hiciera? ¿Que lo deje en la puerta de la casa de Kaplinsky para que le cuente que nos fumamos toda la guita del furgón? Pero no seas idiota Lalo, yo en cana no quiero ir.
- ¿Sabés cual es el problema? Qué te creíste más soberbio que la soberbia, porque sos un pelotudo, porque la podíamos arreglar, pero ya está, te fuiste al carajo, como siempre - y gritándole en la cara le dije - y de esta no zafamos eh, de esta no zafamos una mierda.
Estábamos los dos preocupados, teníamos una mirada irreproducible, no nos sentíamos una mierda por haber matado a Fernández, nos sentíamos una mierda porque sabíamos que íbamos a ir en cana, o quizás algo mucho peor que eso, porque con Kaplinsky no se jode, pero Tito no lo entendió, porque la rapidez con la que le sube la raya a la cabeza es comparable con la velocidad de la luz.
Salimos del galpón de Almagro y nos subimos al auto, no nos dirigimos la palabra en todo el viaje, ese viaje que no tenía destino, porque ninguno de los dos sabíamos qué mierda íbamos a hacer después de haber dejado a Fernández ahí tirado, moribundo, muerto, despedazado a mares de sangre y líquidos corpóreos.
- Volvé boludo, no podemos dejarlo ahí. Lo miré con desprecio, con ganas de matarlo, porque la culpa era de él, también mia por permitirle ese arrebato de hampón -. Volvé porque te juro que el que le sigue a Fernández sos vos.
Nos miramos con furia, con un odio benévolo y Tito pegó el volantazo y volvimos. Cada uno estaba sumergido en su miseria, yo pensaba en Camila y en los chicos, y él pensaba en Martha, en la pobre vieja que lo saca de las malas siempre que puede, siempre que Tito revolotea iras de campeón.
La velocidad con la que movía se ese coche fue incomparable, no nos mirábamos, no nos decíamos nada pero sabíamos que habiamos pifiado, que estabamos en la silla electrica a punto de ser ejecutados, porque yo siempre supe que con Kaplinsky no se jode, y también sabía que a Tito la merca le pega mal, le pega como a cualquier gil nacido después de los noventa.

sábado, 24 de mayo de 2014

demasiado

'Creo que con veinticuatro años, y un par de meses, entendí lo que vos a los treinta y tres, que los cagones tienen que convivir en un plano paralelo al tuyo'.
Dije esa frase y entendí -casi- todo.

Yo también sufrí por amor, yo también lloré ríos de agua salada y me limpié el maquillaje con papel tissue varias veces. Yo también amé.
Siempre el frío nos remite a instancias absolutistas de lo que está bien o lo que está mal, o siempre a los que tenemos ese estigma de la introspección. También tratamos de evitar, con todos los medios posibles, lo insultante de compararnos con nosotros mismos en momentos combativos. Hoy es un día más, un sábado de sustraerse del contexto y meterse adentro de la cama y pensar ideales clandestinos un poco más amorosos.

A los catorce lloré por un desalmado que se rió con sus amigos de mis palabras, hoy, diez años después, me río yo de mis palabras; me tiento en voz alta y me contagio a mi misma, pero es verdad eso que dicen todos, convivimos con la desdicha de tener dos personas dentro de una.

Los que me conocen saben que tengo una cantidad de risas superior a la media y más caras de orto que el límite anual per cápita. Puedo usar tus lágrimas para transformarlas en una lluvia de de verano, y también puedo llevarme tus risas al cajón, y todo lo termino con un 'así soy yo'.

El miércoles pasado mi terapeuta me definió, en una forma casi increíble, el optimismo y el pesimismo: 'un optimista es un estúpido alegre y un pesimista es un estúpido triste', yo le respondí que soy una estúpida neutra, y se rió. Hablábamos del exceso de risas y de lo mucho que digo la palabra demasiado. Habíamos llegado a la conclusión de que yo era una persona que se reía mucho más de lo que lloraba, o de lo mucho que me puedo reír, no me acuerdo con certeza, pero lo que si recuerdo es que, en cuarenta y cinco minutos dije diecisiete veces la palabra demasiado, y no lo recuerdo porque conté las veces, lo recuerdo porque grabé la sesión y cada vez que decía la palabra demasiado, hacía una cruz en mi pizzara; y sí, fueron diecisiete, no me parece demasiado.

Tampoco sufrí demasiado por amor, sufrí lo necesario, lo que mi cabeza recuerda que fue lo necesario y todo lo necesario para entender que hay que aprender los que cagones coexisten en un plano paralelo.

martes, 11 de febrero de 2014

to be

Y hoy le pido que me entienda a un mundo con barreras, a las infinitas moléculas del tiempo que avasallan con impunidad.
Abrevio el alma para no desgastarla, me remito sin simpleza a la absurda manera de  aceptar lo quebrantable, lo que supone, a gran escala, un final de tibiezas puritanas.
A mi juicio me remito, con el calor de familiarizar un sueño desmedido, con el sabor de supurar el mar más violento, que vuelve a pies a sobrarlos con fervor.
No dispongo de fusiles desmedidos, a la gloria de andar me someto en mi vigilia. Porque sé que jugando, aún habiendo perdido, me despido de mis miedos y vuelvo a barajar.
No me asustan los caminos, me displace el modo oscuro de cosechar sin labrar.
Subo a riendas de mi ocaso, tambaleo al doblegar. Corro a sabiendas de tropezar y miro atrás a mi pensar.

jueves, 9 de enero de 2014

Usted(es)

No sé, quizás a ustedes no les importa mucho, o no se dan cuenta, o prefieren pasar por alto la vanidad que adjudicó blogger al cambiar su logo naranja con la B blanca por dentro, a un logo insulso, demacrado y levemente devastador, devenido en la simple G de google.

Quizás ustedes sean de esos que no le prestan atención al florero de la mesa del estudio de la casa de Sherlock Holmes, seguro ustedes son de ese tipo de gente, mi gentilicio menos preferido, mi clase de persona que se queda con una vasta mirada de lo que a sus ojos refleja, y no ahonda en un finísimo detalle -con zoom 200x- de la perspectiva generalizada que brinda el escenario.

Seguro que ustedes son los que no escuchan cada instrumento en particular, de una melodía, de un cúmulo (iugh) de vibraciones multi-bilaterales; claro, son de esos que no distinguen el sonido del bajo y actúan -cual simios- el ritmo incalificable de la batería. Definitivamente son de esos que no pueden agudizar el oído más allá de la vibra mundana.

Afirmo que son ustedes los que nunca pudieron entrecerrar los ojos y llevarlos a modo paralelo, como quien cambia la configuración de su lente fotográfico y sólo son capaces de tomar una buena imagen con la opción del foco distorsionado. Sí, seguro, son ustedes los que se creen aspirantes a Andy Warhol con la insurrecta aplicación del celular de lente infra-esquelético.

Y al final de todo son ustedes los que solamente se quedaron con la invención de palabras que acabo de hacer, porque no pueden ser Cortázar, porque no puede entender que, con los ojos cerrados es mas facil comprender las cosas, y que si inventamos un nuevo (y propio) vocablo, podemos escondernos del mundo por un rato para nadar entre sísmicas ideas.