miércoles, 9 de octubre de 2013

Esconder (te) (lo).

Siempre quedará un excedente, ese remanente impreciso que desgarra tu lógica mundana. Que desborda tu más sigiloso desvelo y lo transforma en incertidumbre.
Siempre quisiste ver más allá de tus sentidos, esbozaste un aluvión de templanzas superpuestas, atentaste contra el destino de tus ideas, y pretendiste una victoria descarada e injusta.
La vuelta terminó y te quedaste a la espera de desesperar, y en lugar de vender el desatino, solventaste un glaciar que contrarresta  mi desavenencia.
Subiste tus alegrías al altillo y te desarmaste en un empujón de sinfines condescendientes. Amaneciste con la idea de abolir tus pasiones, tus grises y tus vaivenes.
Hoy, como siempre, le diste rienda suelta a la falacia y pretendiste olvidar los momentos de paz. Elegiste embestirte en una rabia pagana antes que hundirte en una realidad más sentida.
Vas a ir tiritando a paso de prisionero, a voces que ensucian una soledad poco aplacable. Vas a ir con la culpa del desgano, de esas nubes irreverentes, que te obligan a sumirte en la transigencia de aceptar quien sos.

martes, 8 de octubre de 2013

Huir

Te quiebro, re rompo.
A vos y a tu suspicacia.
Cipayismo alterante,
un poco lastimoso.

A veces siento y nos siento,
otras tantas no.
aprender de ese telón,
a descubrir mi libertad.

No la tuya, no la hay.
Preso de tu reminiscencia.
Una opulenta inflexión,
descarrilada a tu favor.

Huir, de este viaje,
de los sentidos menos abstractos,
de aquellos suspiros.
Huir de vos.

imperio

¿Quién te mira así? ¿Quién te dijo que no se puede cambiar el miedo?
Reorganizá tu cielo, separando dos o tres piezas de tu pesar. Abriendo la mano al andar. sometiéndote a la desdicha de doblegar tus juicios. Dejando caer ese halo de furia, con un par de besos te voy a alivianar.
Desarmá tu imperio de princesa, derribá los muros de jazmines tristes. 
Dejame, abrime, date una oportunidad.
Despojá tus castigos irreverentes y saboreá el rayito de luz. Dame la mano y sobrevolá esa jaula azul noche.
Iluminate el alma.

furi (a) osa

Fueron tres o cuatro, o quizás veinte las veces de furia que quise ahogarla en el océano. Era como verla despojada de todo principio y sujeta a un final ergonómico.
Hubo días de desconsuelo inminente, de grises que cotizaban en la escala de Ritcher, de gritos en silencio.
También hubo momentos en los que no tuve el coraje de decirle basta, de agarrarla y tomarla del brazo derecho -con total indiscreción- y violentarme.
Las noches más perturbantes estuve a diez segundos de romperle el espejo, ese espejo demoníaco y suspicaz, -casi tan vanidoso como ella-.
Intenté callarla y prestarle mi calma, pero no hubo caso, tenía el alma congelada, dos glaciares como ojos y cataratas de lágrimas saladas.
He intentado lo imposible para callarla, días de sol, flores amarillas, olor a jazmín y una variedad extravagante de tes orientales. Nada apaciguaba su andar.
Hoy ya la veo desde lejos -desde muy lejos- con dos muros a cada lado de su cuerpo, por encima y por debajo de sus limites verticales; pero ya no la complazco, ya no quiero encerrarme en su capricho desquiciado. Hoy mi mejor presagio son dos manos en su pecho y unos cuantos versos de Rilke.

Cae

Un acto caótico, de un martes
de todos los martes,
repetitivo y constante
una sublevación infinita.

Un exquisito brebaje,
dos o tres, quizás mil.
Cambian los cosmos,
se apabullan sus cimientos.

Y cae
Siempre temeroso,
hoy un poco más hostil.
Un reniego impenetrable,
un veneno delirante.

Entre lunes cruzados
y miércoles desmedidos.
Subiendo de a poco el cursor
baja y cae.

martes, 1 de octubre de 2013

Transición

Sabíamos que por asuntos precedentes no íbamos a poder culminar la conversación. Me sugirió que recapacite entre dos y tres veces, pero yo no tenía intensión de cambiar mi punto de vista.
Nadie sabe cuántos suspiros hacen falta para poder olvidar.
Con los ojos en llamas cerré la puerta y me fui. Algunos menesteres pueden esperar, pero esta raíz se desprendía de la tierra, como asunto impunemente urgente.
Yo también quise arrancarle los ojos después de veinte mentiras, y sabía que hay algunos imposibles que no se curan jamás.
Le grité en silencio que su andar me provocaba furias lacrimógenas. También me acerqué a abrazarlo, porque eso aplacaba su dolor, y así, mi sentir, sangraba -quizás- un poco menos que antes.
En silencio perpetué algunos ideales, racionalicé los sobre vuelos locos que conviven en mi nebulosa, y acepté, en contra de todo mi parecer, que no siempre lo que soñamos se vuelve realidad.