martes, 18 de septiembre de 2012

otro adiós.


Se sentó en un café cuando el sol arrimaba en la equina de la casa de Martita. Uno pidió un café negro en jarrito y el otro una lágrima. Comenzaron a hablar.
Entre versos de amor propio y quejas alborotadas fueron dulcificando la mañana. 
Fueron horas interminables, entre silencios impacientes y una ansiedad amasijante.
Tiempos de vulnerabilidad absoluta y contractual, tiempos de violencia verbal.
No existe, ni jamás existirá entre ellos dos, una constante, una guía, un sol naciente.
Tardes de un pleno al orgullo, con dos indelebles jugadores crispados por un rigor insaciable de pasión.
Su despedida la recuerdan en aquel bar al 800 de la calle Defensa, son varias las timas que dejaron selladas aquel jueves de abril.
No hubiesen alcanzado jamás los cientos de "te quiero" que se guardaron uno a uno en el bolsillo, pero quizás hubiesen amainado el amargor de su sentir.
Y tenían tanto para decirse que no se dijeron nada, pero varios de los presentes pueden asegurar que la sinopsis que causaban sus miradas al entrelazarse, fue mucho más que ellos dos, dos eternos orgullosos jineteados por el miedo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario