sábado, 30 de abril de 2011

Tan lejos Buenos Aires

Tenés la cabeza allá y el cuerpo acá, es la dualidad misma en su estado más puro y natural, o más puto digamos.
Te preguntan todo el tiempo cuánto falta como si no supiesen que te levantas y te acostas todos los días con la misma pregunta. Vas de acá para allá pensando en por qué los proyectos tardan en concretarse pero cuando se dan, sos la persona más ansiosa sobre la faz de la tierra. No podes esperar un minuto más. Las cosas buenas se hacen esperar y es inteligente no planificar absolutamente nada por más tiempo que te sobre.
Absolutamente cierto eso de visualizarte en otro lugar, en otro tiempo; y es acá donde caes en la cuenta de que no hay percepción de tiempo y espacio en tu cabeza, de que, en cierto modo, esperas la nada misma.
Sostenés la teoría de que contar las cosas antes de lo debido queman los planes, quizás por tu manía un tanto supersticiosa, pero no podés con tu genio. Aunque los planes se te caigan de un día para el otro, ya lo habías adelantado.
Te sentás en un bar, abrís un libro, mirás las plazas, recorres la peatonal, mirás al cielo, te subís a un colectivo, caminás por las calles, los autos, ves la lluvia, el día más gris, todo lo hacés pensando en otro lugar, te ves a vos mismo en otro lugar. Te sentís lejos de acá, y tan cercanamente vivo en otro lugar.
No te permitís seguir con la rutina, tal vez es tu cabeza jugándote una mala pasada, pero no lográs concretar ni el diez por ciento de tu día.
Todo lo comparás, hasta el rayo de sol que se acuesta en tu ventana, nada es igual, siempre acá es peor, no vas a dar el brazo a torcer en ningún tipo de discusión porque creés que tenés la razón con el más débil de tus argumentos.
No te vestís para caminar por estas calles, no sentís Buenos Aires.

jueves, 28 de abril de 2011

III

Las segundas partes no son buenas, pero si llevamos la cuenta al día, la tercera, la cuarta, la quinta, la decimoséptima es aún peor que la segunda.
La insistencia es el método, el fin es desconocido hoy en día. Tiene, quizás, la esperanza de poder contentarse con llegar a conocer el fin alguna vez; Olivia cae en ello algún jueves de luna llena.
Escribe para olvidar, escribe porque cree que abandona lo que siente en hojas de papel, piensa que traslada su mente y su cuerpo a la hoja y queda plasmada en una trascendencia única, pero con el sentido de no volver en si  nunca más.
Esta vez Olivia se fue de viaje, Olivia escapa a diario de sus problemas pero lo hace en la cotidianeidad de sus quehaceres, esta vez, en cambio, tomó el tren y salió de la ciudad.
Las primeras horas fueron de lo más fructífero, Olivia juntó la imagen del vacío natural con su vacío interno y lo plasmó en el papel. Hoja tras hoja fue ahogando sus penas y despojándose de todo dolor, pero como todo escape de la realidad, fueron pocas las horas que sirvieron de terapia.
Como toda eterna viajera no sabía a dónde se dirigía, compró el pasaje más lejano, el que más viento sureño pueda brindarle y con todas ansias colocó su sombrerito de gamuza negro, sus zapatos de bailarina y un simple cuaderno en un bolso de mano, sabía que no prescindiría de muchas más cosas.
Una vez llegada a "X" destino, mojó sus pies en el agua y descansó sobre la roca más dura que encontró. Mirar al futuro le daba paz, empaparse de si misma la relajaría por un par de días.
Reparó en ese momento que un instante de felicidad puede ser más cruel que cualquier recoveco solitario; el placer de tenerlo en ínfimas cantidades y la incógnita de volver a perderlo cual tarde de otoño inmiscuían en el punto más profundo de su análisis.
Olivia no fue a buscar soluciones ni a encontrar algún que otro pretexto como solía hacerlo. Fue simplemente a entenderse a si misma (quizás el obstáculo más complicado que debe sortear cada ser humano) en la mayor cantidad posible.
Olivia no alivia su penar con un par de copas demás, en contradicción, lo potencia tal vez, al grado máximo de su dramatismo dantesco.
Esta vez Bautista no fue punto de análisis, Olivia necesitaba abundarse de si misma y encontrar alguna salida en su yo más interno. Aún así, Bautista no dejaría de aparecerse en el romper de cada ola en el mar.