Se prolongó lo más que pudo, y aunque buscaste evitarme y pasar por alto las alertas que te irradiaban el cerebro, el destino siempre es el que tiene la decisión.
Pasaste a mi lado -no una, sino tres veces- con el orgullo en alto, porque el que quiebra la mirada pierde el juego. Las reglas estaban implícitas y esta vez fui yo la que no quise perder el turno.
Fue como si no quisiera que sepas que estaba esperando nuestro saludo, y como que a la vez supieras cuánto tiempo lo había estado esperando.
Yo no forcé el accionar del destino pero le pedí que me acompañara y desplazará a la cobardia para por fin poder captarte.