domingo, 28 de febrero de 2016

Sueños de libertad

Es domingo a la tarde, y el sueño me aplasta la mirada. Podría haberme pasado las horas de la madrugada del sábado en una disco nocturna, o en un bar con amigos, o quizás, lo más coherente en este último tiempo, tomando algo con amigos, hablando de diversificar las causas por las cuales tuvimos momentos de felicidad plena en algún viaje o en algún recuerdo que añoramos, mientras acariciamos el vaso medio lleno de cerveza. Mas no fue así. Dediqué largas horas del sábado a buscar pasajes en cientos de sitios online. Planificando si doce o veinticuatro cuotas me iban a licuar un poco el gasto de algún ticket con destino no muy definido a la hora de apretar el botón de buscar. 
Un poco buscaba y otro poco recordaba dónde había disfrutado más mis días de verano en el viejo continente. 'Estoy un año y medio acá y empiezo agosto en Italia, después veo, total, la idea es hacer base en algún lugar de Europa'. 'Berlín, porque quiero irme a vivir a Berlin, porque ahí fui feliz desde que pisé esa puta ciudad, y donde las Carlson o Calsberg son cervezas de verdad'.
Pasear los ojos de un lugar a otro de las pestañas del buscador, con dolor en los ojos, irritados de tanto poner el foco en encontrar una oferta que valga la pena, porque así somos los argentinos, lo único que importa es la sensación de oferta, esas 12 cuotas sin interés gigantes en la parte superior de la pantalla.
El entusiasmo se apodera de mi mente, insistiendo en seguir buscando. Son horas y horas construyendo un sueño de libertad, y leyendo algunas notas en portales digitales que te quieren convencer de una nueva forma de trabajar. Donde los millenials ya no buscan permanecer muchos años en un mismo trabajo, donde luchan por generar un equilibrio entre la vida laboral y la personal, y mis ganas de dar un giro de 360 grados se inflan un poco más. 
Ahora los destinos no se acotan a un continente. De Berlín a Tokio, y de Tokio a Santiago de Chile, porque hay que plantear escenarios más optimistas que otros, más racionales, y entonces un departamento en Las Condes ya se vuelve una opción un poco más viable. Vuelven esas ganas locas de Berlín, o quizás Leipzig, porque en la semana había leído que es la nueva Berlín. Y entonces los planes se vuelven un poco más reales, porque para nosotros, los jóvenes, nada es tan difícil ni tan complicado si se trata de ser feliz. La plata se consigue, aunque por lo general nunca sea así. El idioma nunca es un problema porque siempre alguien habla inglés, y empiezo a imaginarme en la ciudad Alemana, caminando con un sombrero negro y un frío desgarrador.
Escucho de fondo que Gago se volvió a caer y fue Pillud que le cometió falta, y es ahí, donde media hora después, como quien cierra la puerta de su casa, la idea se va de la cabeza, pensando un poco más en los años vividos, la necesidad impuesta de empezar a planificar una vida un poco menos nómade y donde el día a día te pega una cachetada seca, doblegándote el sueño y obligándote a pensar cuántas horas más necesitas del lunes para poder hacer todo lo que tenés que hacer.