sábado, 24 de mayo de 2014

demasiado

'Creo que con veinticuatro años, y un par de meses, entendí lo que vos a los treinta y tres, que los cagones tienen que convivir en un plano paralelo al tuyo'.
Dije esa frase y entendí -casi- todo.

Yo también sufrí por amor, yo también lloré ríos de agua salada y me limpié el maquillaje con papel tissue varias veces. Yo también amé.
Siempre el frío nos remite a instancias absolutistas de lo que está bien o lo que está mal, o siempre a los que tenemos ese estigma de la introspección. También tratamos de evitar, con todos los medios posibles, lo insultante de compararnos con nosotros mismos en momentos combativos. Hoy es un día más, un sábado de sustraerse del contexto y meterse adentro de la cama y pensar ideales clandestinos un poco más amorosos.

A los catorce lloré por un desalmado que se rió con sus amigos de mis palabras, hoy, diez años después, me río yo de mis palabras; me tiento en voz alta y me contagio a mi misma, pero es verdad eso que dicen todos, convivimos con la desdicha de tener dos personas dentro de una.

Los que me conocen saben que tengo una cantidad de risas superior a la media y más caras de orto que el límite anual per cápita. Puedo usar tus lágrimas para transformarlas en una lluvia de de verano, y también puedo llevarme tus risas al cajón, y todo lo termino con un 'así soy yo'.

El miércoles pasado mi terapeuta me definió, en una forma casi increíble, el optimismo y el pesimismo: 'un optimista es un estúpido alegre y un pesimista es un estúpido triste', yo le respondí que soy una estúpida neutra, y se rió. Hablábamos del exceso de risas y de lo mucho que digo la palabra demasiado. Habíamos llegado a la conclusión de que yo era una persona que se reía mucho más de lo que lloraba, o de lo mucho que me puedo reír, no me acuerdo con certeza, pero lo que si recuerdo es que, en cuarenta y cinco minutos dije diecisiete veces la palabra demasiado, y no lo recuerdo porque conté las veces, lo recuerdo porque grabé la sesión y cada vez que decía la palabra demasiado, hacía una cruz en mi pizzara; y sí, fueron diecisiete, no me parece demasiado.

Tampoco sufrí demasiado por amor, sufrí lo necesario, lo que mi cabeza recuerda que fue lo necesario y todo lo necesario para entender que hay que aprender los que cagones coexisten en un plano paralelo.