domingo, 17 de marzo de 2013

Cronológicamente historias.

Hay personas que deleitan sus sentidos con historias de toda índole y tamaño; yo de chica buscaba historias en todas partes, será porque me gusta tanto leer.
Alguien una vez me dijo que el aprendizaje por el correcto y amplio lenguaje no provenía de la sintaxis, para tener un complejo abanico de palabras había que leer libros, cuentos, historias, noticias, y cuanto más diverso, mejor era.
Fui de esas personas privilegiadas cuyos padres tenían tiempo de contarle historias antes de dormir. Asimismo tenía cuatro abuelos inmigrantes italianos que disfrutaban de contar sus hazañas -y no siempre con finales felices- a sus nietos. No lo hacían con un español perfecto, lo hacían con su mejor español, que hasta el día de hoy, tiene varios errores de un tinte meramente amoroso.
Tuve el placer de escuchar historias del orden de lo cotidiano y leer novelas surreales, más no por ello pobres en vocabulario.
También de chica no siempre supe disfrutar las historias, tengo un carácter ansioso que se obstinaba con hacerme adivinar desenlaces e inventar las soluciones más descabelladas de las que mi mente podía desentrañar.
Con los años intenté hacer un poco más tangibles estas historias y por eso me inicié en la actuación, eran horas y horas de caracterización y creación plena. Horas en las que podía darle forma -quizás más real, quizás más subjetiva- a aquellas historias que fui escuchando y leyendo de chica. Fueron tantos años que me empalagué y tuve que buscarle otra salida.
Fui creciendo entre varios "sos muy chica para preguntar esas cosas" y otros "cuando seas grande lo vas a entender " un poco más soberbios,  y no conforme con ello empecé a mirar a las historias desde otro punto de vista. Ya para ese entonces las historias tenían un para qué delante y un por qué detrás, y lejos estaba ya de escucharlas, ahora las cosas tenían que tener una explicación.
Me pasé años tratando de analizar historias, buscando explicaciones a cosas que no siempre tenían una lógica del orden de lo habitual. Me fui volviendo un poco más loca cuando las historias tenían un tinte esotérico que no se relacionaba con explicación humana. Fui buscando excusas para no seguir volviéndome más loca, fui queriendo cerrar los ojos a cada cosa que me obligaba a ir más allá, fui cerrando esa cabeza que de chica había abierto con historias.
Empecé a escribir, empecé a plasmar todo eso que iba escuchando por ahí, todas las cosas no me cerraban, todas las artes que mis sentidos captaban, y de esta manera fui comprendiendo un poco más.
Hoy me encuentro con historias que no me cierran y con varias versiones un poco más subjetivas de cada una de ellas, y decidí volver atrás en el tiempo.
Supe darme cuenta que no importa cuál sea el objetivo, quién las cuente, quién se de por aludido con ellas y ni quien sea el autor de las mismas, es preferible ser esa niña que sigue descubriendo historias, por más locas o poco ocurrentes que sean, al fin de cuentas, son historias nada más.

lunes, 11 de marzo de 2013

La sociedad del olvido

A veces suelen ser banales las congruencias que genera la sociedad del olvido; más no por eso excluyentes de la soberbia que me atañe la simpleza de la contextualización de las mismas.
Formo parte de un extenso segmento que convive día a día entre la conveniencia y la idiosincracia de mirar el contorno en paralelo. Soy contemporanea -más no por ello integrante- del basto y holgado grupo que habita en dicha sociedad.
La sociedad del olvido, o más comúnmente conocida como el genocidio generacional del vivir por vivir, de olvidar por obligación y de destruir casi por religión. Genocidio porque, paradójicamente  nacen las costumbres de un "yo" más primordial, y mueren las acciones que retroalimentan el bienestar común.
Un séquito de seres que olvidó las ganas por la unicidad para convertirse en fundamentalistas del individualismo, quienes dejaron -en su recuerdo más efímero-, el entusiasmo del descubrimiento constante.
Hoy no miro desde afuera, por eso soy contemporanea, más no comparto este proceder, y casi con rabia  intento plasmar una vigilia que amenaza con destruirlo todo, a ellos, al mañana que intenta dar bocanadas intensas de aire para poder sobrevivir.
El vivir por vivir, el no fomentar un camino consciente del ser humano actual, el no fermentar metas cada vez más complicadas, el no ser avido por un conocimiento terrenal.
El olvidar por obligación, el no disfrutar el momento actual, el pensar día a día en el mañana y transformar el presente en un pasado surreal, el no aprender de la vida.
El destruir casi por obligación, casi porque los tiempos nos obligan a destruir y destruirnos cada día más, y a darle el jaque a esa ideología perversa.
Miro desde adentro y con apoyo, miro con aquellos que quieren que miremos juntos, y miramos porque sabemos que existen otros como nosotros.