Un día. La pasta de dientes. Un tapado rojo. Las llaves. Un taxi y un colectivo. Miradas tristes, como ausentes. Un cielo gris. Una calle baja. Dos caminos. La puerta. Un mundo. Miradas. Risas. Humo. Complicidades. Amigos
sábado, 22 de diciembre de 2012
VIII
10 de enero de 1989, Albenga
Bautista,
Y hoy quizás tenga que pedirte disculpas, de las más sinceras que haya dicho jamás.
El miedo a veces intimida, y yo me jacto de saberme culpable por no haberte dejado ser.
Soberbia en mi mundo te obligué a obedecerme, y a jugar con mis reglas, con mi tablero y a aceptarme ganadora en el inicio de la carrera. Me han dicho en varias situaciones, que, situarse bajo el mismo sol de octubre, año tras año, solo deja una ferviente nostalgia, y de esas que acumulan culpas y sentires, de los que no te libras jamás.
Yo me reconozco culpable de haberte cargado con todo eso; sé que decidí por vos, sé que moví por vos y aún peor, sé que no serás nunca consciente de eso, guardándote las dudas en la memoria sensorial. Cargas con una culpa que no es tuya, y la cargas por mi debilidad, por mis miedos y mi falta de coraje. Lo asumo, y créeme que yo cargo con esa culpa de haberte llenado de preguntas el alma y saber que nunca te las voy a poder responder.
Dije adiós más veces de las que dije tu nombre, y te maldije a ciencia cierta de mi incertidumbre perversa. Ese límite invisible, era insurrección de ebullición que no va a ceder jamás.
Debería ser liberadora, pero admitir las culpas no me libera de ellas.
Ojalá algún día entiendas, y me conformo con anhelar tu aceptación.
La palabra perdón es de las que más carga energética acumula, y pedirte que me perdones sería un atropello de mi parte.
Yo sé que vas a entender que lo hice con la mitad de la locura que me caracteriza y un treinta por ciento de conciencia; ese veinte que cierra la ecuación se llama amor.
Olivia.
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