domingo, 1 de julio de 2012

VII

Se cansaron de hablar, y eso implicaba que se cansaron de todo.
Luego de varias semanas de creer que había encontrado la felicidad plena, o así ella lo veía, Olivia sintió un gran vacío por dentro. Cerró los ojos y sintíó, desde la energía que recorre todo su cuerpo, que nunca le alcanzó un ramo de palabras.
A veces los caminos toman destinos que creemos que son los adecuados para nuestras vidas, a veces nos equivocamos porque creemos haber elegido el camino incorrecto, pero a veces, simplemente sentimos que los caminos que recorremos son los caminos que nos vacían el alma. Olivia lo vivió. Olivia vivió morir el camino que las despojaba de todo sentir, y orgullosa de creer que había derrotado el juego del engaño, cayó rendida ante su propio destino.
Las dudas que cubrían su alma de la embestidura más cruel fueron las protagonistas del final de juego. Las mismas dudas que ella sabía que no había respondido, las mismas dudas que la mantenían en vilo día y noche, aquellas dudas que, a su vez, mantenían vivo el deseo de vivir de Olivia, fueron su peor enemigo.
Ya no bastaba con dar una vuelta al parque y resolver el crucigrama con las respuestas del diario del día siguiente; ya sobraban las palabras que se inventaba para no caer en el consuelo de pensarse victoriosa. Olivia ya no quiere taparse los ojos con las manos, o a decir verdad, ya no puede seguir haciéndolo. Porque Olivia ve lo que quiere ver, oye la selectividad de las palabras que quiere oír, se rehúsa al tacto de lo que le causa rechazo, percibe el tiempo y el espacio a su manera y a merced de las circunstancias que la rodean y hasta respira con la boca cuando se pone furiosa, pero del sentir no puede escapar, ese sentir que hace correr su sangre por las venas a 200 kilómetros por hora, ese sentir que la impulsa desde el punto más lejano de su ser, ese sentir que hoy la rodea y la tiene entre sus brazos.
Se tomó todo el tiempo necesario para empaparse de mentiras contradictorias y versos engañosos. Lloró un canal de lágrimas por no creerse merecedora de la felicidad en estado puro, hasta depositó en si misma la culpa del arrebato que alcohol generó en su cuerpo noches como éstas.
Ahora Olivia necesitaba otra forma de vivir, Olivia lo necesitaba a Bautista a su lado. Ya no quería escuchar lo que el decía para endulzarle los oídos, Olivia, lejos de la racionalidad que la acompañó hasta el día de la fecha, entendió que necesitaba sentir a Bautista. Y la implicancia de este sentir no es más que la unión de dos cuerpos etéreos extasiados de sabiduría.