sábado, 7 de enero de 2012

London Calling

Londres es un punto y aparte. Apartado del globo como tantas otras islas, pero es una ciudad particular.
Todo los comentarios que uno puede llegar a escuchar de Londres, nunca van a ser suficientes en la mente humana.
¿El gris y la lluvia? Si
¿La dirección contraria en las calles? Si
¿La humedad al 200%? Si, y tantas otras cosas que se dicen sobre Londres, son todas certeras, pero nadie te cuenta lo maravilloso que es estar en Londres.
La gente es increiblemente amable y cálida, diferente a todos los comentarios que se oyen por ahí.

Llegar de noche a cualquier ciudad del mundo es uno de los errores más grandes que uno pueda cometer; ni todos los medios de transporte andan y no suele haber gente en la calle que venda boletos para los transportes nocturnos, y tratandose de una ciudad Europea en la que la moneda corriente no son los Euros, sino, los Pounds, es aún más complicado.
No puedo asegurar con firmeza cuantas fueron las veces que casi muero atropellada por un auto, un colectivo o una simple bicicleta, pero doy fe de que me costó muchisimo mirar para el otro lado a la hora de cruzar, y si llego a volver a Londres, me va a costar tanto como la primera vez.
Londres es como lo muestran en las peliculas también, o quizás yo fui con la idea de encontrarme con ese Londres y fue ese el resultado de la mixtura entre mi cabeza y la realidad.
El arte explota y la diversidad de culturas son una cosa nunca vista. Las miles de formas de combinar la ropa son alucinantes.

Se me fue pasando el tiempo en Londres y me quedé con ganas de más; y este post no hubiese sido lo mismo  dos meses atrás.











domingo, 1 de enero de 2012

V

Ya no se preocupaba por la verborrágica opinión de sus allegados, tenía otras cosas en mente, quizás otros planes por los que seguir viva.
Cayó en la cuenta de que una película, un texto, un libro, hasta una canción hacían brotar lo mejor de ella; aunque lo mejor, en algunas situaciones, implicaba un llanto desmesurado. Una frase podía cambiar el rumbo de su día y una imagen hasta sus propios pensamientos, eso era lo importante para Olivia en ese preciso momento.
Los días pasaban como gotas de lluvia en invierno y al final de ellos se acumulaba una gran madurez. Era su hora de volver.
Sacó un lápiz y empezó a escribir. Escribió cientos de palabras y tiró unas cuantas hojas al cesto, pero por fin consiguió dar con lo que quería.
A las siete en punto de la mañana se fue de nuevo a la estación de tren, lugar que la vio partir unas cuantas veces, pero también supo refugiarla en las desconsoladas vueltas. Esta vez era diferente, o al menos Olivia así lo creía. Se había dirigido a la estación sin rumbo predeterminado, pero supo elegir el correcto para el perfecto sol de invierno que cubría su pelo.
Media hora más tarde se subió al tren, se sacó el abrigo y se sentó a leer. Fueron tres horas y once minutos de viaje que para Olivia se habían pasado rapidísimo. Estremecida en la lectura no pudo disfrutar el paisaje que entraba por la ventana del tren, pero pareció no importarle demasiado; hay momentos en que lo que pasa alrededor no es tan importante como lo que sucede en uno mismo, y fue así para Olivia ese viaje.
Llegó a destino, agarró un mapa y salió a caminar las frías calles que la habían estado esperando hacía tiempo ya. Nunca fue buena para entender los mapas, así que el recorrido se basó en su intuición y en su preferencia visual. Olivia recorría las calles un poco perdida, pero cualquier punto de atracción que lograra captar su atención era necesario para que le de forma al recorrido. La mañana no prometía un día muy alentador, pero la tarde supo tragarse su orgullo y desprender un perfecto sol que concluyó en uno de los atardecer más lindos que Olivia supo disfrutar.
Las ciudades turísticas sacan de Olivia lo peor de sí, pero bastaba con un simple río acobijando unas montañas para que Olivia sea feliz. Así fue. Ese río se llevó consigo gran parte de su día. Fue ese viaje en el que Olivia entendió que para ella, el mejor momento del día son los atardeceres soleados.
Poco pasadas las seis, regresó a la estación de tren.
La vuelta fue un poco menos tranquila que la ida, dado que un grupo de chicos cantaban canciones de campamento y eso dificultaba un poco la lectura de Olivia, pero no el suficiente como para que no pueda seguir hundiéndose en su lectura.
Fue una noche de revelaciones. Los viajes hacen que Olivia se detenga a pensar un poco más en su vida (aunque hubiese sido preferible que piense un poco menos) y a sacar algunas conclusiones.
Guardó la carta en un sobre y la colocó dentro de la misma carpeta donde archivaba las demás. El tiempo de mandarlas aún no había llegado, o quizás el tiempo que Olivia necesitaba para tener el coraje de hacerlo no era el adecuado.
Entre alguna copa de vino y una música tenue de fondo fue completando su noche y así fue como Olivia entendió que su presente era su tesoro mejor guardado.